Teoría del esfuerzo
Imagen extraída de nuevacrónica.es

Teoría del esfuerzo

La conducta no aparece de forma mágica ni casual. El producto de la educación es la conducta. La plasticidad de esta está condicionada a su ejercicio. El apriorismo kantiano de que todo conocimiento comienza con la experiencia, aunque no todo conocimiento proceda de la experiencia, simbiosis entre empirismo y racionalismo, nos va a adentrar en el ejercicio especulativo de la idea del esfuerzo.

La teoría que pretendemos esbozar en unas pocas líneas no es más que un introito a un postulado axiomático que dicta que sin esfuerzo no hay futuro. Muchos pensadores, en el largo devenir del quehacer filosófico, han recabado en la teoría del esfuerzo. Desde los presocráticos, cosmogonistas, inmanentistas o sofistas en busca del saber y del orden de las cosas, pasando por los socráticos en su defensa de la utilización la razón para alcanzar el conocimiento, hasta contemporáneos como Theodor Adorno o Max Horkheimer que ya hablan de la crisis de la Ilustración como consecuencia de una sociedad que opta por la comodidad en su lectura de la cultura industrializada. Todos abdican de aquellas posiciones que lleven al conocimiento sin entregarse a la tarea de conocer. Ni siquiera los defensores del capitalismo y el darwinismo social, como Max Weber, entendían la consecución de riqueza sin una dedicación extraordinaria a un laborioso y agotador esfuerzo.

 

El esfuerzo como ejercicio, o la educación del esfuerzo.

 

Cuenta una milenaria leyenda que un cazador en la estepa siberiana dormía todas las noches al frío raso, impelido del afán por llevar a su familia algo de comer, para dominar las bajas temperaturas él mismo se iba despojando de sus ropas para adaptarse al frío y de esta forma soportar la dureza y el rigor de la ventisca consiguiendo, así, someter su cuerpo y mente y disponer de más días para aumentar sus posibilidades de cazar lo suficiente. Ese ejercicio le sumaba un sobresfuerzo para proporcionar un bien a su familia a pesar de aumentar el riesgo de morir por hipotermia.

Esta leyenda, que ni siquiera sé si la he escuchado o leído alguna vez, nos sirve como metáfora de la educación del esfuerzo. Desde Freud, Piaget y posteriormente toda la psicología evolutiva, sostiene que el principio de placer, no entendido en los términos definidos por el padre del psicoanálisis, es útil para la perpetuación de la especie y primera motivación en la lucha por la existencia. En psicología de la personalidad hay un concepto definido como ley de la asimetría hedónica que, en esencia, es constructo que expresa la dicotomía de la adaptación al placer y al dolor. La condición humana y su evolución, vista desde la biología, es el resultado de la conquista por ganar terreno a la enfermedad y el dolor. La adaptación es el resultado imperfecto de la lucha por la vida. La felicidad es la búsqueda emocional de permanecer en las mejores condiciones en la batalla biológica por la vida. La felicidad no se produce, por tanto, de modo natural: requiere del esfuerzo. El dolor no lo requiere, pero sí su asunción y superación.

El esfuerzo no es una ciencia, es el ejercicio de la constancia del aprendizaje. El resultado del esfuerzo es exponencial, costoso y poco fructífero en el inicio, que llega a un punto de inflexión en el que su uso deriva en guías comportamentales que implementa todos los ámbitos de la vida y cuyo resultado es extremadamente elocuente. El costo del ejercicio del esfuerzo disminuye en la misma aritmética en que sus resultados mejoran. Como un niño al que enseñamos a montar en bicicleta, los golpes, las caídas, el mantenimiento del equilibrio que parece imposible de conseguir. Pero hay un momento mágico en el que el niño se sostiene sobre dos ruedas, en equilibrio vertical, perpendicular al suelo. El esfuerzo ingente ahora es sólo para el niño un hábito, un soplo el que necesita para circular. El esfuerzo es ahora ejercicio placentero, incluso en las pendientes más pronunciadas.

 

Por supuesto que el esfuerzo exige de motivación. La educación del esfuerzo se mantiene en el adestramiento de la motivación. Motivación y esfuerzo es un feedback, ambos se necesitan. El punto de inicio ofrece ciertas dificultades, pero los resultados son las motivaciones del inicio de este. El debate sobre la motivación parte de la psicología de la educación y se lleva a estudio en psicología de la emoción. La psicología de la motivación estudia las claves por las que aparece la conducta y el mantenimiento de la misma. La motivación es una premisa para considerar en la teoría del esfuerzo y en la educación de esta. No puede observarse por sí misma, sino por su conducta motivada. Por esto entendemos y analizamos las carencias sociales y personales, si observamos los comportamientos motivados. Dejemos a un niño que explore el mundo sin interferencias, sin educar su conducta, sin orientar sus sentidos y el mundo nos devolverá un hedonista, en el mejor de los casos. Aunque la intervención no es garantía de éxito (el conductismo del norteamericano B.F. Skkiner tuvo su momento) sí aumenta su porcentaje probabilístico.

 

El esfuerzo no siempre garantiza el éxito, o la teoría de la frustración programada.

 

España el segundo país de la Unión Europea con mayor tasa de abandono escolar temprano entre sus jóvenes de entre 18 y 24 años. Según la oficina de estadística Eurostat, el 28% de los españoles comprendidos entre dicha franja de edad no prosiguieron sus estudios tras haber cursado la enseñanza obligatoria. Esto significa que la tasa de nuestro país duplica la de la Unión Europea, que es de un 14%. Padres democráticos educados en la generación autoritaria entienden la labor de educar desde la perspectiva del consenso, la no imposición y la permisividad. El error más grave que este arquetipo instructivo genera son pautas de educación basadas y fundamentadas en la evitación de la frustración. El dominio educativo es una clase de autorregulación de los intereses personales, las necesidades vitales y los instintos viscerales. Ello lleva a tipos educativos y educados con una baja resistencia a la frustración y una alta reactividad a la violencia y la falta de dominio de sí.

En el contexto social actual la cultura del esfuerzo, entendida ésta como la relación de valores asumidos por un grupo coherente y homogéneo en un espacio temporal concreto y con calidad de permanencia, parece no gozar de muchas adhesiones. El argumento de la actual crisis tiene como fondo el axioma de máxima ganancia por mínimo esfuerzo. En el plano personal y educativo podemos hacer la misma equivalencia. No es lo mismo la economización de los recursos individuales y de grupo que son producto de la evolución que ha actuado con criterios de optimización, que la búsqueda interesada y sostenida de la reducción del esfuerzo conformándose como estructura de personalidad, una conducta que transacciona en el curso primero de la vida a rasgo estable. Este rasgo impregnará la vida del individuo y afectará a todos sus comportamientos y enfrentamientos actitudinales.

Tampoco la educación del esfuerzo está exenta de un marcado componente ideológico. En el plano institucional es evidente que los poderes fácticos buscan inclinar el pensamiento sobre los intereses que cada cual defiende. Los diferentes y constantes cambios en las legislaciones educativas lo demuestran. A otro nivel, las familias tampoco escapan a la corriente devaluadora en la que la educación del esfuerzo se supedita al resultado y, en muchos casos, ni eso. Los procesos cognitivos y comportamentales de los individuos dependerán de las variaciones en la actividad de las redes neuronales cambiando y modulando plásticamente en la medida del uso cognitivo y adaptándose socialmente a los comportamientos adquiridos como rasgos. Si el proceso social que educa el comportamiento referido a la constancia, el empeño, tenacidad, tesón, voluntad, insistencia…, esfuerzo a su vez no lo hace teniendo en cuenta el fracaso, difícilmente se codificará la frustración.

 

La resistencia a la frustración es elemento necesario para la adaptación a los contextos sociales y culturales distintos del individuo. La educación que no aterrice en la experiencia de la dificultad, las metas no alcanzadas, el error, el fracaso y las obvie, es una educación en sí del fracaso. La genética evolutiva se ha constituido sobre el logro y el éxito y en ello nos determina; el contexto ambiental debe hacerlo para la frustración como complementariedad. El esfuerzo no garantiza el éxito. Aprender a integrar la frustración en nuestro orden personal sí lo garantiza o se acerca a él porque sirve de revulsivo al acomodo.

El esfuerzo rinde cuentas a la sociedad, o sin esfuerzo no hay futuro.

 

Falta de dominio de la voluntad, perdida de la libertad personal, confrontación aversiva como rasgo de personalidad o estilo de comportamiento, violencia contenida y expresada, niños y adolescentes, jóvenes y adultos exigiendo relativismos educativos, descompensación crítica entre derechos reclamados y obligaciones asumidas, son algunas de las consecuencias más visibles de una nueva generación fruto de un tipo educativo carente del rigor del esfuerzo. O al menos esta podría ser una de las fotografías.

La sociedad no puede permitirse autoexcluidos sociales. La educación es premisa contra el aumento de la intolerancia grupal y social, contra la deficiencia intelectual, la falta de autoestima y la inseguridad que desemboca en violencia en todas sus expresiones. Se hace necesario atender a los teóricos y profesionales de la educación (y al sentido común) que requieren estilos de convivencia basados en sistemas educativos, formales y no formales, que integren las relaciones personales fundamentadas en el respeto al esfuerzo para hacer de la escuela y la educación un motor integrador y comprensivo. La educación en el valor del esfuerzo es la vía para asegurar un clima de convivencia positivo y favorecer el desarrollo social y también moral capacitando al individuo para la autoestima positiva, la adaptación a contextos diversos y la inclusión laboral.

 

La neurobiología, neurofisiología, psicología y psiquiatría descubrieron que las neuronas espejo eran la clave para entender la empatía. El profesor del Departamento de Psicología y el Programa de Neurociencia de la Universidad de California V.S.Ramachandran, llega a afirmar que estas neuronas pueden haber desempeñado un papel capital en el hecho de que hayamos llegado a ser la única especie que vive y respira cultura, que permite la posibilidad y capacidad de ponerse en el lugar del otro. El ejercicio del trabajo y el esfuerzo liga las redes axónicas de las neuronas, las expande y establece nuevas conexiones. Esforzarse, educarse para dominar la propia voluntad supone un ejercicio autodidacta que, con permiso de Ramachandran, liga nuestras posibilidades de éxito, nos capacita para la convivencia y nos ayuda a asegurar un futuro mejor en relación cooperativa con los demás, en definitiva, posiblemente, aumenta el éxito de la función de nuestras neuronas espejo.

 

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