Copa América

México triunfa en el desierto guiado por Márquez y Lozano

La Selección Mexicana inició con victoria su participación en la Copa América Centenario, tras vencer a Uruguay con goles de Herrera, Márquez y autogol de Pereira.

PhoenixActualizado a
Mexsport

Sucedió en 2007. Caracas, Venezuela. La última victoria de México en una Copa América. Precisamente, antre Uruguay. Nueve años después; Glendale, Arizona.

El tesón de Márquez, capitán eterno, la versión mexicana de Kurt Warner (estamos en tierra de Cardenales) y la frente asesina de Héctor Herrera encaminaron el debut de la Selección Mexicana en la Copa América Centenario. Fue aquí, donde el casco de Tyree probó la posibilidad de lo imposible, donde Márquez firmó la extensión de su certificado de defunción. Capitán, siempre.

Amaneció el partido con un centro precioso de Guardado, envuelto en lazo, que Pereira abrió a pesar de que el nombre escrito en la tarjeta no era el suyo. Gol fuera de libreto, a decir verdad. A México no le preocupó la contingencia. Giró, como sistema solar, con Héctor Herrera como astro central. Dentro del sistema de Osorio, los planetas intercambian posiciones. Aquino rellenó el espacio de Corona y probó a Muslera, quien se colgó del cuero como quien se sujeta de una cornisa.

Entonces, las líneas del centro del campo afilaron las navajas. Guardado taló las piernas de Sánchez y Vecino no tardó en ajusticiarlo. Entre el barro, Lodeiro, barredora en las piernas, limpió el césped y citó a Cavani con Talavera; el meta, como personaje de Goya, presto para el fusilamiento, repelió la bala con su brazo de hierro. Tras el fallo, el medio pivote de Tabárez colapsó. La caballería mexicana, bayonetas caladas, camparon a sus anchas en territorio inhóspito. Layún, Herrera, Hernández, Aquino. Un rondo en terruño uruguayo. Pronto, la retaguardia celeste también se cuarteó. Herrera obligó a la zambullida de Muslera y Giménez, en acción kamikaze, bloqueó el misil de Chicharito. El ‘tempo horribilis’ celeste fue coronado por la sentencia condenatoria sobre Vecino. El medio tiempo cayó sobre Uruguay como la noche sobre Phoenix: la brisa en el infierno.

Tabárez recogió las piezas y las untó de pegamento, una por una. La escultura, sin un brazo, como la Venus del Milo, encontró equilibro sin la extremidad. Y lució más imponente. Primero Cavani ocasionó una carambola que casi lamenta Talavera, luego Godín, investido como Francescoli, perforó el fuerte de San Juan de Ulúa, Cavani preparó el cañón y Rolán solo tenía que someter la mecha al fuego. Pero no, Rolán no es Suárez.

El silogismo es contundente: a Uruguay le sobraba Vecino. El fútbol, qué diría La Volpe, se despliega mejor con número cerrado. El ‘1’ añadido al ‘10’ es un apéndice. Para detener el avance charrúa, Osorio llamó a filas a Lozano y a Dueñas. Fue el ‘Chucky’ quien encontró el oasis en el desierto; cabalgó, como Billy The Kid, y regaló el grito a Hernández, quien solo raspó la pelota. Entonces, Guardado, émulo de Jimmy Conzelman, trituró a Sánchez. El juez Cáceres le conminó el mismo destino que a Vecino. Sánchez, acto seguido, avistó la frente áurea de Godín: remate patentado, al más puro estilo Atleti. Ahí murió la virginidad defensiva de Juan Carlos Osorio en México.

El partido entró en turbulencia. En las gradas volaron ganchos y líquidos de dudosa procedencia mientras Lozano seguía, qué diría José Emilio Pacheco, con sus batallas en el desierto. Las suyas, de nadie más. Y él mismo, diabólico, pícaro, rescató un balón muerto y Rafa Márquez (flashback a Johannesburgo) destruyó la cabaña de Muslera. Las redes intervinieron para que el balón no llegara a Montevideo. Uruguay, vuelto a despedazar, con el pegamento seco, no volvió a erguirse. Lozano, el nuevo pistolero del viejo oeste, volvió a galopar entre los cadáveres arenosos de Pereira y Arévalo Ríos, Jiménez punteó y Herrera dio el tiro de gracia. Glendale ardió, es correcto. Fue Lozano.

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