IV

64 22 9
                                    

Lunes 3 de febrero de 2001, 14:00 p.m.

Esta mañana he aprovechado que el día está soleado para ir al huerto a recoger algunas verduras para la cena. Confieso que, aunque me gusta la soledad y las horas de rezo, de vez en cuando me hace bien salir al aire libre. Respeto profundamente a las hermanas que deciden tomar la clausura, pero yo jamás podría.

Quizá sea porque, en el fondo, sigo siendo esa niña que solo quería ser libre. Es irónico, esa niña jamás habría imaginado que este sería su destino. Pero la vida es impredecible y a menudo nos conduce a situaciones extremas.

Es una prueba que nos pone el señor para comprobar cuan resistente es nuestra fe. O eso dicen las hermanas. Lo cierto es que no lo sé. Nunca se me ha permitido tener voz propia, así que supongo que si ellas que son más sabias y mayores lo dicen, será verdad.

Me inclino para recoger unos tomates cuando un borrón en movimiento llama mi atención y alzo la vista...para ver al pequeño Carlos tratando de escalar el alto muro con toda su determinación.

Me asusto tanto que dejo caer lo que he recogido y corro a su encuentro para intentar detenerlo antes de que se haga daño. ¿Cómo se le ocurre? Podría caerse y lastimarse seriamente...

Entonces otra pregunta acude a mi cerebro antes de que pueda silenciarlo como de costumbre.

¿Por qué?

¿Por qué quiere escapar?

Al ver que lo he descubierto, baja de un salto y trata de salir corriendo – con una agilidad que me sorprende por tratarse de un niño tan pequeño - pero me las arreglo para alcanzarlo y trato de agarrarlo por el brazo.

Sin embargo, él se resiste, gritándome que lo suelte. Me empuja y estoy a punto de caer, pero en el último momento consigo sujetarlo por la cintura y lo atraigo hacia mí para calmarlo.

Le late el corazón como si se le fuera a salir del pecho y está muy nervioso, como si tuviera miedo de que fuera a castigarlo por lo que estaba a punto de hacer.

Mi prioridad es calmarlo, así que le aseguro que no pienso reprenderlo ni hacerle nada por lo que he visto. Me mira inseguro y receloso, con esos ojazos negros y duros que tiene. Demasiado duros para un niño de su edad. Eso me entristece.

Una vez que se ha relajado, aprovecho para preguntarle por qué trataba de huir. Y lo que me ha respondido no se me va de la cabeza...

Porque estoy harto, quiero ir a un sitio donde no sean malos conmigo.

Por un segundo, no he sabido qué responderle.

Podría haberse tratado de una rabieta, pero la seriedad en sus ojos me indicaba lo contrario.

Me he agachado frente a él y, a pesar de que al principio se ha puesto algo tenso, en ningún momento ha mitigado esa expresión de su rostro. Parecía querer decirme algo, así que he decidido indagar más.

¿Qué quieres decir con que son malos contigo, cariño? ¿Las hermanas son malas? ¿Alguien te ha hecho daño?

No sé si estoy preparada para conocer su respuesta. El corazón me late desenfrenado y me sudan las manos. ¿Qué haré si dice que sí? No he podido evitar pensarlo.

Me resulta inconcebible que algo así pueda suceder en un lugar sagrado, pero por otro lado no creo que el niño esté mintiendo. Quizá he malinterpretado sus palabras.

Lo miro, expectante.

Está pensativo y retraído, probablemente no quiera hablar de lo que lo atormenta con una desconocida. Pero no puedo quedarme así, con esta incertidumbre ahogándome por dentro.

El diario de la hermana Marie✔COMPLETA  [+21] #0 Saga DiabolusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora