Hambre es una (trillada) crítica social sobre el lado oscuro de la alta gastronomía

¿Qué pasa con Hambre?, por qué funciona la cinta de Netflix y por qué llega a parecer cansado su mensaje hasta cierto punto de la cinta.
Hunger de Netflix
Aoy deberá luchar contra la presión y los abusos del chef Paul. Netflix

‘Cuando puedes comprar más que comida, nunca saciarás tu hambre’. Parece que el mundo gastronómico se ha apoderado de la pantalla grande en los últimos años y son varias películas las que usan esta vía para denotar una crítica social sobre el mundo en el que vivimos, la diferencia de clases y cómo la gastronomía sirve para diferenciarlas. Bajo ese concepto encontramos en Hambre, la película tailandesa de Netflix, una nueva mirada sobre el actuar sociocultural del hombre alrededor de la comida. Y abre, justamente, con la idea de lo insaciable que es la riqueza.

Películas y series recientes como The Menu (2022)Burnt (2015) o, incluso, The Bear (2022), nos han acercado al mundo gastronómico bajo un juicio particular. Hablando específicamente de la cinta de Mark Mylod (The Menu), nos ha acercado a una concepción satírica de lo que ocurre en los restaurantes denominados de alta cocina y la glorificación de los chefs. Mientras, Burnt y The Bear ofrecen un juicio bastante real de lo que es operar y cocinar en un restaurante, incluido el acoso y la violencia a la que se someten los trabajadores en dichos recintos. Definitivamente, algo ha cambiado con la temática que nos acercaba a la gastronomía en el cine con sus características comedias románticas como Sin reservas (2007), Chocolat (2000) o The Hundred-Foot Journey (2014), en las se buscaba exaltar lo bello de la cocina a través del romance.

Peter es el chef más distinguido de Tailandia.

Netflix

Por otro lado, Hambre se presenta a sí misma como esta crítica a la ambición, al hambre –en sentido figurativo– de querer más. Y aquí entra otro aspecto que hemos visto repetirse constantemente, esa crítica al clasismo que tanto se ha reiterado desde la ganadora del Oscar, Parasite (2019), o a la sátira bastante ácida sobre la riqueza en Triangle of Sadness (2022). Incluso el tema de la ambición sale a la luz en una dinámica de tensión y acoso entre maestro-alumno que nos hace recordar las sesiones de J.K. Simmons y Miles Teller en Whiplash (2014). Y aquí la gran interrogante, ¿En dónde está parada Hambre?, ¿realmente se puede comparar con la ambición de Whiplash, con la sátira de The Menu o con la crítica social de Parasite?

Hambre narra la historia de Aoy (Chutimon Chuengcharoensukying), una joven que trabaja en el negocio de su familia haciendo fideos tradicionales en el casco antiguo de Bangkok. Un día, Aoy sirve un plato de fideos a la persona correcta, Tone, uno de los cocineros en Hambre , el concepto del prestigioso chef Paul. Al unirse al equipo, Aoy no solo descubre el hambre que tiene por crecer, sino que se da cuenta de que todo lo soñó algún día está cimentado en un profundo clasismo, una amarga desigualdad y un arraigado maltrato laboral.

Aoy cumplirá su sueño de trabajar en el mejor restaurante de Tailandia, para descubrir que no era lo que ella creía.

Netflix

‘Es una película de comida que no es realmente de comida. Habla de personas, de lo que pasa en la sociedad’, comenta en el detrás de cámaras de Netflix, el actor Nopachai Chaiyanam, quien interpreta al temido chef Paul. Y es verdad, la cinta dirigida por Sitisiri Mongkolsiri, busca dar un mensaje, a través de la alta gastronomía, sobre lo que pasa en el mundo de la comida y cómo nos representa socialmente. A lo largo de la cinta vemos cómo Aoy pasa la prueba de saltear a la perfección un Wagyu A5 (uno de los cortes de carne más caros del mundo), a ser considerada parte de Hunger (el restaurante donde se desarrolla la historia). Ahí, con el hambre de crecer, empieza a confrontar al chef Paul sobre las habilidades que tiene y la posición en la cocina que debería tener, lo que desemboca en la lucha contra en una especie de dictadura, basada en la violencia y el acoso por parte del Chef.

Al comienzo del segundo acto es cuando empiezan los problemas para Hambre. El guion de Kongdej Jaturanrasamee parece estancarse en establecer cliché tras cliché con escenas inverosímiles en busca de refrendar el mismo mensaje una y otra vez: La comida de los ricos como un reflejo de su ostentación y derroche, la de los pobres, de su sencillez. Para el tercer cuarto de la cinta, el guion no da para más. Lo vemos en escenas como el romance entre Aoy y Tone; una comida servida a nepo babies tailandeses aficionados a las criptomonedas; o cuando el padre de Aoy lucha por una cama en un hospital gubernamental. Cuestiones que, evidentemente, son utilizadas por Jaturanrasamee y Mongkolsiri para acentuar una lucha de clases, pero que no se refrendan más allá en la cinta. Solo pasan y ya, sin más, hasta lo absurdo de que el padre sale a la secuencia siguiente de su episodio en hospital para dar una lección moralina sobre la riqueza y la pobreza en el ‘bien’ comer.

Aoy verá la dificultad de la alta cocina al entrar a Hunger, el restaurante del reconocido chef Peter. Netflix

Hambre, anhelo, aprobación, riqueza, poder, pobreza, buenos, malos; Hambre abre tantas conversaciones a través de la comida que se pierde en la esencia de lo que verdaderamente está diciendo. No establece un sistema de clases creíble y humano como lo hizo Parasite en su momento, ni es sutil en el manejo de estereotipos como lo hace The Menu. La cinta puede llegar a ser forzada, tosca y demasiado evidente, tratándose simplemente de ‘los malos contra los buenos’ no hay una dualidad en la humanidad, así como nos mostró Bong Joon-ho, director de Parasite. El clasismo es evidente y ciertamente un tema que debemos criticar (no solo en el arte), pero al caer en evidentes estereotipos solo genera una caricatura del mensaje.

Lo valioso de la cinta recae en el terror psicológico que establece la idea de un chef enojado vs. un amateur ilusionado. La crítica a la alta gastronomía se hace evidente en una cocina en donde el chef Paul acosa violentamente a Aoy, mientras que esta relación de mentor y aprendiz se va rompiendo conforme avanza la película, un mensaje que se refuerza en la disyuntiva que se le presenta al personaje de Chutimon Chuengcharoensukying: alimentar el hambre que tiene por ser más a costa de convertirse en lo que odia.

La protagonista levanta una cinta con un elenco que se empeña en hacer lo mismo una y otra vez. Es evidente que la tensión a lo Whiplash funciona en la cocina, quienes han estado en una sabrán de lo que hablo (aquí el guion se equivoca nuevamente, la presión de un restaurante y un catering jamás será igual. Respetando las proporciones del arduo trabajo de ambos). El arco de Aoy es realmente interesante, lo que hace que la actuación de Chuengcharoensukying despierte esta complicidad emocional para mantenernos en la cinta, sin embargo, quienes la acompañan también caen en otros clichés: El total desaprovechamiento de un cocinero de escuela que es altamente repulsivo, ricos que avientan dinero, cocineros que roban y la familia de Aoy que solo levanta el pulgar cuando la protagonista regresa a casa.

El chef Paul es una de las grandes interrogantes, si bien se revela esta pretensión de ser ‘consumido’ ante una experiencia sumamente clasista que sufrió de niño, no es suficiente para que Nopachai Chaiyanam no se muestre monótono (de nuevo, no parece un problema de interpretación, más bien de guion). El arco del chef es demasiado obvio, en un mensaje de resentimiento que termina en la contradicción de necesitar a la gente rica para ganar estatus. Paradójicamente, cuando habla de que los ricos tengan hambre de él, solo está a su merced y termina siendo su empleado (a pesar de que le pidan fotos), algo que colisiona con el auténtico mensaje de la cinta. El personaje de Chaiyanam termina por convertirse en un ser que solamente está enojado, es monótono y, fuera de las escenas de tensión con Aoy, es aburrido.

Aoy se tendrá que relacionar con los nuevos instrumentos de cocina para poder subir en el mundo gastronómico. Netflix

Las escenas grabadas en la cocina denotan un cuidado específico en la fotografía. Escenas que enamoran en su ejecución y precisión al momento de enfocar al ingrediente o la preparación del mismo. A pesar de existir algunas incongruencias —gastronómicamente hablando— como servir solo una langosta en una comida para 10 personas, eventos con un  solo plato, o que se hable de un restaurante cuando solo sirve eventos (catering), el mundo culinario está perfectamente trabajado y se entiende el porqué de estas decisiones. Con planos, cortes y uso de materiales, el trabajo del chef Chalee Kader, diseñador y creador de la gastronomía en la cinta, sale a relucir. Se enaltece su trabajo en cómo los actores se relacionan con instrumentos de cocina e ingredientes, aunque a veces el CGI en el fuego o el humo rompen lo logrado con el uso de la cámara. ‘Mi objetivo es realmente entender por lo que la persona está pasando emocionalmente, no cómo cortar algo’, mencionó Sitisiri Mongkolsiri en el documental de Netflix sobre la decisión de involucrar a actores en clases y restaurantes. Así, Hambre logra ese sentimiento de estar en una verdadera cocina.

Pese a que la comida se encuentra muy alejada de parámetros a lo Chef’s Table, con alimentos que rayan en lo desagradable (como la langosta en una salsa que parece lodo o la media res colgada de un techo), ejecución de la gastronomía se explica en el mensaje que pretende: presentar a la comida como algo visceral. Los platillos son servidos a los comensales como si fueran bestias, reduciendo a los ricos a lo menos humano posible, a lo animal. La comida como vía para detonar asco en una clase social que —englobando la idea del filme— solo busca devorar. Con elementos gráficos tan bien logrados que, sin embargo, se pierden en la pretensión de lo asqueroso visualmente, con un guion que no les da continuidad y es repetitivo.

La crítica social aumenta la momento de ver cómo son servidos los platillos del chef Paul. Netflix

Fuera de eso, habrá que confesar que Hambre es absorbente gracias a la carga emocional que Chutimon Chuengcharoensukying logra imprimir en Aoy, algo que se ve altamente destruido con una narrativa que contempla una problemática, la resuelve y continúa (y así sucesivamente durante las dos horas y media de la cinta). Ciertamente, el director encuentra un término medio entre la sátira y el drama que, a pesar de perderse en incoherencias, logra atrapar y enganchar con excesos grotescos.

A pesar de que el mensaje final llega a ser problemático (y demasiado obvio) con el regreso de Aoy al lugar de los fideos, o lo inverosímil que es ver cómo el chef Paul ‘cae’ al ser arrestado por cocinarle a un magnate un animal en peligro de extinción, no todo está perdido para Hambre, al contrario. Quizá la pregunta que nos deja y nos hace reflexionar es: ¿La comida es cara porque es buena o es buena porque es cara? (y así, con todo lo que consumimos).