Testimonio

Una historia de reencuentro: cómo Natalia Vodianova encontró a su hermana perdida Jenna

Víctimas de una turbulenta infancia en Rusia, la modelo y la pequeña Masha tuvieron que separarse. Dos décadas después, el caprichoso azar y una prueba de ADN han vuelto a unir sus vidas
Cómo Natalia Vodianova encontró a su hermana perdida Jenna
TWO OF HEARTS
Half-sisters by birth and recently reunited: model Natalia Vodianova and her youngest sibling, Jennifer “Jenna” Burns. Khaite sweaters. Fashion Editor: Tonne Goodman.
Annie Leibovitz

Una noche de julio de 2021, una joven de 22 años llamada Jennifer Burns –‘Jenna’ para su gente más cercana– esperaba sentada en el aparcamiento del Walmart de Clemson, Carolina del Sur, cuando el móvil se le inundó de notificaciones. Jenna, estudiante de ingeniería mecánica en la universidad local, había salido a comprar la cena con su compañera de piso y recibir tantos mensajes de golpe, sobre todo a deshoras, le pareció “raro”. Entonces se fijó en el remitente: un servicio web de pruebas genéticas al que se había suscrito hacía unos años. “Un nuevo familiar con ADN coincidente te ha enviado un mensaje”, decía una de las alertas. “En ese momento me quedé loca”, confiesa. Aquello solo podía significar una cosa

Jenna nació bajo el nombre de Maria Mashinka, en la sombría ciudad industrial rusa de Nizhni Nóvgorod, y fue dada en adopción siendo un bebé. Su madre estadounidense tuvo desde muy joven el corazón puesto en los niños que vivían al otro lado del Telón de Acero y sus oraciones, finalmente, obtuvieron respuesta. En 2000, concedieron al matrimonio dos criaturas en adopción procedentes de Rusia y, aunque en principio pensaron en quedarse solo con el varón, Ethan, en el último momento se llevaron también a casa a la pequeña Jenna. Hermana y hermano se criaron casi como gemelos en la Carolina del Norte rural, en un pueblito idílico al más puro estilo americano.

“Era la única chica del vecindario –recuerda Jenna–, así que crecí jugando a un montón de deportes con chicos, porque si quería hacer amigos era la única manera. Y éramos una familia muy de campo, de ir de acampada, hacer senderismo, pescar, coger la canoa o el kayak… Íbamos al campo todos los fines de semana. Éramos muy felices”.

 Y si bien la joven siempre tuvo curiosidad por saber de sus padres biológicos –tanto que de adolescente se registró en un registro web de ADN–, nunca mostró ningún interés especial en la cultura y la historia de Rusia. “Jamás pensé que conocería a mi familia biológica, así que ¿por qué molestarme siquiera? Creo que era una manera de protegerme. Tenía ciertas inseguridades, algo bastante común entre los niños adoptados”. 

Las leyes de adopción rusas, por su parte, hacían casi imposible que ningún familiar pudiese rastrear el paradero de Jenna. Aun así, en 2019, a la joven le saltó  una notificación de un servicio de pruebas de ADN al que se había suscrito tiempo antes y, tras rebuscar un poco en internet, descubrió que era medio hermana de un personaje muy conocido. Dejó un mensaje en la página, con su nombre y lugar de nacimiento, y un sencillo saludo del tipo: “No hace falta que contestes. Solo quiero que sepas que estoy bien y, por si te lo estás preguntando, espero que tú también lo estés”. No hubo respuesta y Jenna asumió, en consecuencia, que aquello era todo. 

Natalia Vodianova –“Supernova”, tal y como la apodaron en el pico más alto de su popularidad, estrella rutilante de pasarelas y portadas–, empezó en la profesión a los 16 años, todavía en Nizhni, a raíz de que un novio suyo le hablase de una academia local de modelos. Los cazatalentos le dijeron que tenía la posibilidad de ir a París si era capaz de aprender inglés en tres meses. Dando muestra de la voluntad férrea que la ha guiado en toda su trayectoria, eso es exactamente lo que hizo. Cualquier cosa le parecía mejor que partirse el lomo despachando fruta y verdura en el puesto de su madre. “No tenía nada que perder”, le dijo a Sarah Mower, de Vogue, en 2003. “Pasara lo que pasara, solo podía ir a mejor”.

Ya en París, destacó por su halo de Cenicienta y una belleza celestial que la llevó a encarnar a Alicia de Lewis Carroll en el legendario editorial que disparó Annie Leibovitz para el número de diciembre de 2003 de Vogue Estados Unidos. Su elegancia y su porte sobrenaturales camuflaban totalmente la complicada historia que llevaba a sus espaldas. 

La maternidad y un primer matrimonio con el aristócrata británico Justin Portman –dueño de medio centro de Londres– fueron lo siguiente. Con 19 años, Natalia esperaba ya a su hijo Lucas (hoy con 20 años y estudiando cultura y medios de comunicación modernos en Brown), y al año siguiente la pareja contrajo matrimonio en San Petersburgo en una “bacanal de tres días”, según recogió Vogue. Muy pronto, con su carrera de modelo en pleno apogeo –y dos miembros más en la familia –Neva (ahora de 16 años) y Viktor (con 15)–, Natalia firmó un contrato con Calvin Klein que le proporcionó la suficiente comodidad financiera como para hacerse cargo del cuidado de su hermana menor Oksana, gravemente afectada por un trastorno del espectro austista, y de su madre, Larisa”. “Es como mi hija”, dijo Natalia de quien la trajo al mundo, quien por entonces solo tenía 39 años. “Quiero mimarla y verla feliz. Ha tenido una vida muy dura”.  

DOS DE CORAZONES
“Jenna siempre ha formado parte de mi vida, aunque no la conociera”, dice Natalia Vodianova.


Annie Leibovitz

“La historia de Natalia Vodianova es puro romanticismo”, publicó Vogue en 2003.  “Esta chica está al borde de ser leyenda… la heroína de un cuento de hadas ruso que asciende de la pobreza a la riqueza”. Natalia había revelado lo justo de su atribulada vida como para alimentar el mito: con 11 años, recuerda, “solía cargar decenas y decenas de cajas de fruta, de 30 kilos cada una, ¡sin pensar siquiera lo que pesaban!”. La conocían por lo dura negociante que era: para evitar que los proveedores la engañaran con el peso, llevaba su propia balanza.

En 2004, Natalia aprovechó su influencia y determinación para impulsar una organización solidaria, The Naked Heart Foundation, con el fin de dar respuesta a la incomprensión tan profundamente arraigada en su país de origen hacia las personas con discapacidad como su hermana Oksana. “La Unión Soviética quería presentarse ante el mundo como una nación de individuos saludables y las discapacidades se escondían a puerta cerrada y tras altas vallas”, reza la web de la fundación. “El objetivo de The Naked Heart Foundation es revertir este horrible legado”. La organización proporciona ayuda a las familias que deciden cuidar en casa de sus niños con algún tipo de discapacidad y construye parques infantiles por toda Rusia y antiguas naciones soviéticas en zonas donde se necesite, empezando por la propia Nizhni.

Portman y Vodianova se divorciaron en 2011 y la top se volvió a casar en 2020 con el empresario Antoine Arnault, el elegante y espigado hijo de Bernard Arnault con quien tiene dos hijos, Maxim (de 8 años) y Roman (de seis). Una apacible mañana, en el pueblo con encanto cerca de París al que Natalia y familia se escapan los fines de semana, la modelo me relata las complejas circunstancias que derivaron en la adopción de su media hermana Jenna, grabada en su memoria como la pequeña Masha. 

“Mi madre encadenó unas cuantas relaciones nefastas, empezando por mi padre”, explica Natalia. Larisa se casó con él con 19 años. El servicio militar era obligatorio por entonces con muy pocas excepciones, de modo que el padre de Natalia fue llamado a filas cuando ella era solo un bebé. El matrimonio no duró. Tampoco un segundo romance – con el hombre que Larisa considera el amor de su vida– del que nació una segunda hija, Oksana, con graves trastornos del desarrollo. En poco tiempo, recapitula, Larisa y sus hijas se vieron viviendo “en una pequeña habitación de 20 metros cuadrados, sin nada”. Su madre compró algunos muebles a crédito y “trabajó muy duro”, si bien sobre ella recayeron muchas responsabilidades en casa y, más tarde, en el mercado.

Se crió pues entre parejas conflictivas –incluido un breve regreso a sus vidas del padre de Oksana, gran amor eterno aunque tormentoso de Larisa, del que nació Kristina–; hasta que, unos años después, “aparece un príncipe azul, el tío perfecto”. Larisa, con 36 años en ese momento, se quedó pronto embarazada de la que sería su cuarta hija. “Supongo que la falta de educación sexual que había en la Unión Soviética influyó bastante”, apostilla Natalia con sarcasmo.

Resultó, sin embargo, otro desengaño que dejó en la ruina a una Larisa embarazada y la obligó a endeudarse con la mafia local y lidiar con sus extorsiones. “Cuando cumplió los ocho meses de embarazo, no hubo más remedio que tener una conversación muy dura”, prosigue Vodianova, en la época una adolescente de 16 años que se vio forzada a madurar muy rápido. “Le dije: ‘No puedes traer una niña al mundo en esta situación’”. Tomaron la decisión de que Masha –así la habrían llamado– fuese dada en adopción a través de los cauces estatales. “Siempre me he sentido responsable de esa decisión, quizá incluso más de lo que estaba dispuesta a reconocer”, explica Natalia con serenidad. Aun así, “cuando Masha nació, ya no cabía ninguna duda de que era la mejor opción”, aclara, ya que las tácticas de la mafia se volvían cada vez más intimidatorias. Hubo un angustioso momento de gracia en que Larisa podría haber dado marcha atrás y quedarse a su recién nacida. “Nos llamaron diciéndonos: ‘Es una bebé buenísima, no llora nunca, es preciosísima, ¿estás segura de que quieres seguir adelante?’. Y recuerdo que le dije a mi madre: ‘Va a haber una cola de padres esperando adoptarla. Va a ser muy querida, va a tener una vida mucho mejor que con nosotras’”. Natalia fue a ver a su hermanita por primera y, pensó entonces, última vez. Acercó la mano entre los barrotes de la cuna “y ella me cogió el dedo y no lo soltaba. Ya era toda una guerrera. Y en ese momento, tan irracional y tan emotivo, le dije: ‘Te prometo que nos volveremos a ver’”.

Natalia llegó a París en noviembre de 1999 cuando la adopción de Jenna estaba en marcha. “Tan pronto como empecé a tener un poco de éxito y de estabilidad, volví a buscarla, pero ya no estaba”, recuerda la modelo. “Incluso contraté un detective privado para intentar colarme en el sistema. Nadie nos daba ninguna información”. Reconoce que los años subsiguientes fueron "una pesadilla en la que pensaba: ‘¿Y si Masha está con la familia equivocada?’. A medida que me iban mejor las cosas, y con el amor hacia mis propios hijos, pensaba: ‘¿Y si no la quieren?’ Cuando tienes hijos, comprendes lo preciados que son".

Fue en 2016 cuando la supermodelo decidió hacerse un primer test genético. El sitio web al que recurrió le enviaba informes mensuales con noticias de posibles parientes. “Todo el mundo lo estaba haciendo y me pareció divertido”, admite. “Tenía muy pocas esperanzas de encontrar nada. Durante un tiempo miraba los correos mensuales por si acaso, pero luego se volvió demasiado doloroso”. Por eso dio carpetazo al tema y, por desgracia, pasó por alto los emails que envió Jenna en 2019. 

Fue Kristina quien contactó finalmente. Ella también había registrado su ADN en la web y en 2021 le notificaron una coincidencia con una medio hermana. Y si bien primero le preguntó a Natalia si no sería ella con nombre y edad falsos, lo cierto es que se trataba de otra hermana que no conocían. Natalia y Kristina le enviaron de inmediato a Jenna una ristra de emails. “Te llevo buscando toda la vida”, decía la supermodelo en uno de ellos.

Jenna vuelve a darle vueltas a aquella noche en el aparcamiento del supermercado. “La mente me iba a mil por hora. Intenté comprar algo de comida y me olvidé de la mitad de las cosas, no me centraba”. 

Comenzaron a escribirse, con prudencia al principio, sobre todo por parte de Jenna. Pero con el tiempo, fueron ganando confianza hasta que se sintió preparada para hablar con Natalia por videollamada. “Me salté las clases”, recuerda. “Y estaba bastante nerviosa… No sé muy bien cómo me esperaba que fuese, supongo que la típica supermodelo, pero me pareció muy natural y, además, era muy fácil hablar con ella”. Hablaron durante casi tres horas, Natalia le hizo muchas preguntas a Jenna sobre su infancia y le reveló algunos detalles sobre las complicadas circunstancias que desencadenaron su adopción. Natalia se quedó atónita con lo mucho que su hermanita se parecía a su madre, mucho más que cualquier otra hermana.

FELICES JUNTAS
Burns, Vodianova, su otra hermana Kristina Kusakina y su madre Larisa Kusakina en una reunión familiar en París en 2021.


Cortesía de Natalia Vodianova

La joven le contó todo a sus padres adoptivos, Marybeth y Chris –que después de alucinar le brindaron todo su apoyo– y las hermanas siguieron escribiéndose hasta que, un buen día, Natalia le propuso que cogiese a su hermano Ethan y fuesen ambos a visitarla a París. Fue el primer viaje de Jenna a Europa y su primer encuentro en persona con Natalia. “En el aeropuerto nos quedamos abrazadas un montón de tiempo”, recuerda la pequeña de la familia. “Fue una pasada”, continúa, recordando con qué cariño la acogió la familia de Natalia. Allí estaba también Kristina, dos años mayor que ella y con quien ha surgido una conexión muy especial. “Son dos empollonas”, dice Natalia con orgullo. “Yo nunca he ido a la universidad como ellas”. 

La segunda semana de su estancia en París, cuenta Jenna, “la cosa se puso seria. Fue cuando conocí a mi madre”. Larisa no habla inglés ni ella ruso (está estudiando ahora el idioma y de momento domina el alfabeto). “Estaba hecha un manojo de nervios, pero fue muy bien dadas las circunstancias. Fue un momento muy íntimo. Natalia y Kristina nos hicieron de traductoras. Todas estábamos un poco conmocionadas. Ella solo me miraba y me abrazaba”.  

"Nunca había visto a mamá tan serena", admite Natalia. Larisa acabó casándose con el padre de Oksana y Kristina, aunque resultaría "una relación muy turbulenta". Él murió en 2021 y Larisa perdió a su madre de origen ucraniano ese mismo año. "Pero encontrar a Jenna le trajo mucha paz", comparte la modelo. "Estaba irreconocible. Le ha perseguido una nube oscura durante la mayor parte de su vida, y ahora era todo luz".

Exactamente un año después de que Jenna recibiera aquellos primeros correos electrónicos de Natalia y Kristina, se reúne con ellas en la destartalada casa de principios de siglo en un enclave costero de Connecticut, donde Antoine y Natalia y sus extensas familias pasan el verano, y Annie Leibovitz ha venido a capturar el momento.

Justo un año después de que comenzara la correspondencia entre las hermanas, Jenna se reúne con ellas en la laberíntica casa de principios de siglo XX enclavada en la costa de Connecticut donde Antoine y Natalia pasan el verano en familia y donde acude Annie Leibovitz a capturar el momento. “Natalia está en una fase de su vida muy diferente a la mía”, reconoce la menor del clan. “Yo acabo de licenciarme. Estoy empezando en mi primer trabajo. Ella lleva mucho tiempo trabajando y es madre de cinco hijos. Pero creo que nuestras personalidades encajan muy bien. De repente dice algo y pienso: ‘¡Ay Dios, lo podría haber dicho yo perfectamente!’. Es genial que por fin nos hayamos encontrado, haber podido cerrar ese capítulo de incertidumbre y saber que ambas estamos bien. Va a ser muy emocionante lo que venga de aquí en adelante”. 

“En lo que a mí se refiere –dice Natalia cuando se nos une en el porche–, siempre he sentido que formaba parte de mi vida, incluso sin conocerla. Pero era de una manera bastante dolorosa, siempre preguntándome si estaría bien. Ahora nos estamos poniendo al día muy rápido, sentimos que somos familia. Los genes tienen eso tan bonito. Te quieres de manera muy natural. Y doy gracias a Dios por que exista la tecnología, sin ella no nos habríamos encontrado nunca. ¿Qué probabilidad había?”. 

Me quedo extasiado con los ojos color verde uva de la joven Jenna. “Los cultivo yo misma”, me contesta entre risas antes de volverse hacia a su hermana mayor: “¿Él tenía los ojos verdes?”, le pregunta sobre su padre. “Pues sí, los tenía igual”, contesta Natalia. “¿A qué es un color alucinante?”. Poco después del reportaje, Natalia planea viajar a Carolina del Norte a conocer a los padres de Jenna. Esta le promete enseñarle cantidad de vídeos caseros de su infancia. “Vas a llorar”, amenaza. “Lo estoy deseando”, replica Natalia. “Lágrimas de felicidad”

Estilismo: Tonne Goodman.
Peluquería: Sally Hershberger. 
Maquillaje: Francelle Daly using Love+Craft+Beauty.
Diseño del ‘set’: Mary Howard Studio.
Sastrería: Deborah Rogers