Carlos Pellicer: 35 años de la muerte del poeta de la exuberancia y la veleidad

16/02/2012 - 12:01 am

Este es un día cualquiera, lleno de luces y sombras, de viento que arrastra las hojas secas y  frío en la calle; de historias que vuelan y se esconden, de perros que ladran y personas que no se detienen. Este es un día cualquiera y no, no para quienes se percatan de él. Este es cualquier día y la mejor oportunidad creativa de un artista. Este es el mundo entendido de mil formas. El diálogo universal con distintos idiomas.

Así fue, quizá, algunos de los jueves de Carlos Pellicer Cámara, el poeta a quien se llevó la muerte el 16 de febrero de 1977.  Poco antes escribiría: “Hay días en que me quedo mirando la vida,  Con ganas de no seguir viéndola. Cansado ya de tantas descripciones, De tanta fruta agusanada, De tanta luz inútil”.

Un día cualquiera, repleto de materia prima dispuesta a la alquimia de la poesía. Dios, Tabasco, su novia de adolescencia, América Latina, el mar, o los ríos o la tierra campesina, cualquier cosa era digna de transformarse en magia pelliceriana.

El río Grijalva y la imponente naturaleza tabasqueña vieron nacer en 1897 al primogénito de Deifilia Cámara Ramos y Carlos Pellicer Marchena. La pequeña familia vio con grandes esperanzas la llegada de aquel niño. El padre se dedicó por muchos años al negocio farmacéutico, y la madre, ama de casa e imparable mujer, se encargó de que el crío supiera leer y escribir desde temprana edad. Cámara Ramos, además de mostrarle el gusto por la literatura, le dio a su hijo la mejor lección que una madre puede enseñar: el amor al prójimo.

Los grandes artistas no nacen, se hacen (como si fuera fácil parir poetas, futbolistas, matemáticos o pasteleros). Ser artista es un asunto del que se encarga el destino. La vida de Carlos, o Carlitos, para nada fue sencilla: a los ocho años experimentó la muerte de su hermano menor Ernesto; tras el estallido de la Revolución mexicana, vivió la partida de su padre que se incorporó al campo de batalla; tuvo que trabajar arduamente desde pequeño; y con todo y el corazón roto, se despidió de su natal San Juan Bautista (hoy Villahermosa) para vivir en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Estos malos ratos fueron factores que marcaron el camino no de un niño, sino de Carlos… El hombre, el poeta.

Tras la partida de su padre al Ejército Constitucionalista, y la recién llegada de su hermano Juan José en 1910, Pellicer tuvo que salir a las calles a vender dulces caseros para colaborar con los gastos familiares. Además, asistió a la escuela, en donde demostró talento para la poesía. El amor por su familia impulsó todas las ganas de comerse al mundo. Carlos vio como a un hijo a su hermano Juan, y se encargó no sólo de su educación, si no de su bienestar en todos los sentidos.

Fue una etapa dura, pero supo canalizarla de buena manera: apegándose a la religión. Fue entonces cuando comenzó a escribir sus primeros versos dedicados a Dios. Esta temática prevaleció en toda la vida y obra de  Pellicer. Hoy en día, es considerado el lírico religioso más destacado de América. “Señor, hoy no te pido nada, perfecto es ya mi amor: sólo dulzura y alabanza sobre la onda dócil de mi corazón”.

La madre, en busca de una mejor fortuna, se mudó a Veracruz, Tabasco, Yucatán y finalmente a Campeche. Este último estado significó el reencuentro del joven poeta con el mar; todos los días, pese al trabajo duro que desempeñaba para ayudar a su familia, Carlos visitaba el mar. Platicaba con las olas, cantaba y se reía, compartía con la inmensidad marina sus miedos e ilusiones, y el mar intempestivo escuchaba como el confidente más atento. En 1914, regresó a su natal San Juan Bautista, fue allí en donde conoció a Esperanza Nieto, la musa, la mujer primera de Carlos, el amor de su vida. Desde ese entonces, los dos adolescentes iniciaron un romance que duró casi siete años, “siete años de poesía infinita”, como describiría el propio Pellicer.

Su primer poema para ella, escrito en 1914 fue “Madrigal Extasiado”:
Y le rogué a sus ojos, pero en vanolancé de nuevo otra saeta,no hizo blancoy el carcaj me quedó sin una flecha.La seguí contemplando largamente.

Entonces alzó la frente cruel

y triunfalmente,

tiró una flecha hacia el celeste punto.

El conjunto

fue ideal.

Y el gladiador vencido

rodó en el suelo con su lanza herido.

Esperanza fue la responsable de más de un centenar de poemas pellicerianos. La joven era una bomba amorosa que estallaba en la mente creativa del tabasqueño. Carlos era un tipo bien parecido, de cuerpo atlético, siempre lucía un peinado perfecto, vestía formal pero usaba colores muy llamativos. Su porte y elegancia le distiguían de cualquier otro muchacho. Esperanza, no pudo resistirse al encanto del dandi que usaba corbatas de seda. “Te conocí una tarde. Eras casi una niña. / Eras linda cual hoy y tan indiferente. / El que iba conmigo me dijo así: Esa niña / Ha hecho estremecer a todo el que ve y siente…”.

Según el poeta tabasqueño Ramón Bolívar, Esperanza Nieto Merino era oriunda de Nuevo León, hija del señor Manuel Onofre Nieto, ingeniero de profesión, y de Lilia Merino, establecidos en la ciudad capital, en ese entonces San Juan Bautista, Tabasco, en una casa que se ubicaba en la zona centro, frente al Jardín de La Paz. Hija menor de cinco hermanos: Ezequiel, Aurora, Esther y Lilia. Todos, amigos personales de la familia Pellicer.

En un principio, sólo se trató de un noviazgo a la distancia debido a que el tabasqueño tuvo que seguir sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria. Fue un idilio que dependía de las cartas románticas de ambos, de la ilusión de ella y él, de la quimera y el amor platónico. Los constantes viajes del poeta impidieron que se formalizara el noviazgo. Siete años después del primer encuentro,  Pellicer regresó a Villahermosa para iniciar un noviazgo. Pero nuevamente tuvo que partir a Sudamérica. Ella le escribió una carta:

“Ah, se me olvidaba. Te enojaste por lo que le escribí a mis primas: que los noviazgos de lejos son muy problemáticos, y apenas si dije la verdad. Si de cerca se desbaratan, con frecuencia de lejos con mucho más razón… mira Carlos, en este mundo no hay nada seguro; pueden suceder tantas cosas… Yo creo, estoy casi convencida de que tú me quieres y que yo te quiero, más aún, pero a pesar de todo, pueden mediar tantas circunstancias, pueden pasar tantas cosas imprevistas, que no hay que estar seguro de nada y menos de firmeza de los hombres…”

A  su regresó, le pidió matrimonio a su única y adorada Esperanza. Nadie supo qué pasó, por qué terminó todo. Algunos investigadores indican que las cartas de ambos se perdieron en el envío y eso provocó falta de comunicación, y por tanto, la lejanía abismal entre la pareja. Años después, durante un viaje a Francia, Pellicer se enteró que Esperanza Nieto se había casado.

Después de regresar de Europa, cuando el escritor ya se había consolidado, se supo por parte de las personas cercanas a él, que era bisexual. Nunca hizo explicita su preferencia, pero siempre existía en su trabajo, una “poética de ocultamiento”: “Hay algo en mí de lo que no hablaré / sino hasta el día en que mi corazón enmudezca. / El día en que esto / sea aquello”. Pellicer no tuvo otra relación formal después de Esperanza.

“SÉ BUENO CON TODO EL MUNDO, MENOS CON LOS YANQUIS”

En 1918 (tiempos revolucionarios), el presidente Venustiano Carranza envió a varios jóvenes al extranjero con la intención de crear  la Federación Latinoamericana de Estudiantes, un proyecto no sólo político, sino cultural, que uniría a los pueblos de América. Pellicer, con 22 años, fue enviado a Colombia, pero para llegar tuvo que realizar un viaje extenso. Primero pisó  Nueva York, pasó por la ultima isla de la Florida, Key West, siguió por La Habana, Colón, Santa Marta, Barranquilla, el río grande de la Magdalena, Honda, y finalmente en ferrocarril llegaría su destino: la pequeña ciudad de Bogotá. Durante su estancia en Colombia, el joven poeta escribió una carta a su familia, dirigida en especial a su hermano Juan:

“Hermano lindo:

Me hacen mucha falta tus caricias. Cada día te quiero más. Cuando yo regrese jugaremos mucho con los juguetes que yo te compré. Sé muy bueno con mamacita y con papacito; lo mismo que con todo el mundo, menos con los yankis a los cuales debes odiar con todo tu corazón. Ya ves qué malos son con nosotros. Yo he sufrido mucho con todas las infamias que han tenido para nuestra Patria”.

Los 14 meses que Carlos estuvo en Colombia, sirvieron para que descubriera su amor por América, por lo que decidió seguir creando lazos entre México y los países hermanos del sur. En 1920, pisó Venezuela, con una convicción más firme y un talento más trabajado.

Durante aquel recorrido, escribió “Colores en el mar y otros poemas”. Es el primer libro de poesía que publicó. Originalmente impreso en hojas sueltas, sin índice ni paginación, con tres ilustraciones de Roberto Montenegro y prólogo de él mismo.

Tras la muerte de Venustiano Carranza, el poeta regresó a México, y conoció a José Vasconcelos. Se volvieron grandes amigos. Era una relación de alumno y maestro. Juntos compartieron utopías y proyectos. En ese entonces, Vasconcelos Calderón era el rector de la Universidad Nacional. Posteriormente, se convirtió en secretario de Educación Pública. Siempre mantuvo cerca a Pellicer, dándole trabajo y poniéndolo en puestos estratégicos que consolidarían la trayectoria del poeta.

En esa época “El Poeta de América” escribió lo acontecido con su amada y su trabajo en el extranjero, y tuvo como resultado: “Piedra de sacrificios”, “Poemas Iberoamericanos” y “6, 7 poemas”.

Pellicer Cámara, fue profesor de poesía moderna en la UNAM y director del Departamento de Bellas Artes. Durante este cargo, impulsó a nivel nacional e internacional  los museos Frida Kahlo, el de la Venta, y el de Anahuacalli. Colaboró en las revistas Falange (1922-23), Ulises (1927-28) y Contemporáneos (1928-31).

Acompañado de grandes figuras como José Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Enrique González Rojo, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, por mencionar algunos, el grupo de Los Contemporáneos” cultivó la semilla de la independencia cultural en México. Evangelizando, alfabetizando e impulsando la cultura, los jóvenes soñadores vieron gran avance en la educación del país. “El Poeta de América”, fue parte del movimiento vasconcelista, pero los cambios pos revolucionarios, trajeron consigo un sinfín de enemigos políticos, y por tanto la persecución a seguidores de Vasconcelos. En 1930, Pellicer Cámara fue encarcelado y meses después fue puesto en libertad. Cabe destacar que vivió en exilio en el país.

Vasconcelos y Pellicer realizaron un viaje a América en 1922. Pero Llegó 1925, y con éste  la invitación de un poeta argentino para que volara a Francia y estudiara mediante una beca, museografía en la Universidad de Paris.

Después de su viaje por Europa, llegó para desarrollarse como experto museólogo, creando siete recintos históricos en el país; entregando dos a Tabasco. Uno de ellos es gran atractivo para visitantes, nacionales o extranjeros, que en pleno corazón  de Villahermosa, pueden seguir, literalmente, las huellas del maestro y adentrarse en la cultura Olmeca.

Carlos Pellicer Cámara, no sólo es el nombre, es  la poesía, la palabra, la figura que pesó en el movimiento contemporáneo. Su discurso se distinguió por ser abierto al mundo, lúcido, preciso, simple e inmediato, como las cosas importantes o aparentemente insignificantes que tiene la vida. Su pluma, siempre firme y valiente, elegante, cuidadosa y protestante, viajera, soñadora y  pictórica, muy pictórica. Desde la primera idea hasta el punto final, Pellicer se adueña del lector, conduciéndolo por senderos colmados de olores, sabores y formas. Logra una comunión instantánea  entre el lector, la creación y el poeta. Da paso a la reflexión filosófica. El quehacer poético de Pellicer no tuvo fronteras, pisó terrenos como la religión, educación, la libertad, la humanidad, el amor, el nacionalismo y la pertenencia latinoamericana.

Con los años, la crítica nacional e internacional ubicarían a Pellicer sin objeción en la corriente contemporánea; sin embargo, muchos otros expertos literarios no negaron su aportación al vanguardismo, al expresionismo y al modernismo. Es más, el autor de “Colores en el mar y otros poemas”,  mantuvo, mucho tiempo, distancia al grupo de “Los Contemporáneos”, fue hasta la creación de la revista que llevó el mismo nombre que Pellicer rompió la lejanía con aquel círculo de intelectuales.

En 1953, Carlos fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y en 1964 obtuvo el Premio Nacional de Literatura. En ese mismo año fue nombrado, en Roma, presidente del Consejo Latinoamericano de Escritores. Esta faceta político-literaria le acerca al Senado de la República (representando el estado de Tabasco), del que es uno de sus más lúcidos miembros, hasta su muerte, acaecida poco después de ser asaltada su casa en la Ciudad de México.

Pellicer trabajó hasta el final de sus días, y seguramente, su labor de poeta lo hizo reflexionar sobre sus últimos minutos, describiendo y contemplando la muerte misma. En 1978, un año después de su partida, su sobrino, Carlos Pellicer López, publicó una obra póstuma. En dicho libro, titulado “Reincidencias”, se puede apreciar a un Pellicer Cámara cansado, harto, desilusionado, triste y hasta cierto punto pesimista. El tiempo no había pasado en vano. Esa etapa artística, no puede considerarse perdida o desagradable. Desde sus inicios, Pellicer se enfocó a contar las infinitas formas de ver la vida (alegre o triste, buena o mala). La obra póstuma, pues, no es más que la culminación de un poeta completo. Los temas tristes o pesimistas fungieron como las pinturas que completan la paleta del pintor. Carlos Pellicer Cámara falleció a la edad de 80 años en la Ciudad de México, el 16 de febrero de 1977.

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