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Las otras misteriosas palomas En el acervo popular creyente la paloma representa al Espíritu Santo, protagonista esta semana de la elección de Papa. Sin embargo, no todas las palomas son blancas y perfectas. Muchas se esconden tras un fantástico plumaje, irreconocibles por su aspecto casi mutante y sus enormes buches. Son eslabones perdidos que el hombre ha mezclado creando estándares definidos y ejemplares que valen hasta 100.000 euros
Alfredo Merino. Fotografías de Stephen Green-Armytage Si se procediese a un análisis riguroso de este ave, basado en su adaptación al medio y a las aptitudes que posee para sobrevivir, la conclusión es obligada: estamos ante un error evolutivo. ¿De qué otra manera podría catalogarse a tan extraña criatura que muestra cola de langosta y un buche tan desmesurado que le dificulta la visión y le obliga a tener forzado el cuello hacia atrás? Hay más cosas: un carácter obsesivo y arrogante, que sólo le obliga a entregarse con ardor a la conquista de sus hembras, despreocupándose de lo demás. Sus carnes son tan escasas que, comparadas con la mayoría de sus congéneres, puede decirse que apenas es capaz de volar. Además, están recubiertas de un generoso plumón, rizado y esponjoso, que supone un impedimento para sus movimientos y acrecienta su aspecto llamativo. A pesar de su fantasiosa e inútil figura, tan singular criatura no está en el mundo de una manera gratuita: es el resultado de una larguísima historia de cruces y búsqueda de una morfología estandarizada. Hablamos, en fin, del buchón marchenero, una paloma de fantasía que empezó a ser tal y como es en la Sevilla del siglo XV. Como el resto de buchones, éste es un palomo de postura, denominación que atiende a la forma en que articula las puntas de sus alas al volar, y a que jamás aletea ni planea, excepto cuando se posa. Aunque este ave resulta inconfundible cuando, ya posada, hace la rueda. Entonces aparece su atributo más monumental: un esférico buche "elevado sin exceso y sin que cuelgue demasiado. Con una redondez que comprende desde la parte baja del pico, dejando un ligero espacio, hasta sobrepasar el esternón, pero sin llegar al suelo", como señala el estándar de la raza. Todo para seducir a la hembra. Las buchonas españolas han alcanzado una notable importancia entre las palomas fantasía, hasta el punto de componer por sí mismas un grupo singular. Su característica principal es estar en celo permanentemente. Tanto es así, que cuando el buchón ve a otra paloma, se ciega. No atiende a otra cosa, ni tan siquiera se apercibe de que en más de una ocasión, en vez de una hembra, el objeto de su deseo es un pichón u otro macho. Aunque algunas se han perdido, hoy existen las siguientes razas de buchones españoles: marchenero, rafeño, colillano, laudino sevillano, granadino, morrillero alicantino, jiennense, gaditano, moroncelo, veleño, balear, nuevo valenciano, quebrado murciano, canario y marteño. La afición a la cría se remonta a la antigüedad, apareciendo las sociedades, federaciones y clubes de criadores en el siglo XVI, momento en el que también aparecen las primeras exposiciones y concursos. En todo ese tiempo, los criadores han trabajado en la búsqueda de los estándares de cada raza con una suerte de ingeniería genética natural consistente en juntar a aquellos ejemplares con las características perseguidas más acentuadas. Así se ha alargado, acortado, dejado en un término medio o hacia abajo sus picos. Otros han buscado ojos desmesurados, caras chatas o el desarrollo de la carúncula, esa excrescencia que aparece en la base del pico —como las carrier—, que en ocasiones llegan a ocultarlo por completo, o alrededor de los ojos, como las polacas y las dragonas, que parecen sufrir una severa miopía que les obliga a llevar anteojos. Cuando aparece un ejemplar exquisito produce una gran satisfacción y, en ocasiones, enormes beneficios. Se ha llegado a pagar por una paloma más de 100.000 euros. Aunque estos negocios se producen en contadas ocasiones por el afecto que se establece con el animal, sí son frecuentes los intercambios o regalos entre criadores. El trabajo más llamativo en la creación de razas atañe a sus plumas. Algunas lucen en sus patas zuecos, calzones y aditamentos plumosos. Otras tienen en cabezas y caras escudetes, barbas, coronas, lunares, casquetes o manchas que les hacen llamarlas calvas. Así hasta lograr más de 200 razas de palomas domésticas. La moñuda americana luce una concha de plumas en la nuca, y a la montauban parece que le han pegado un erizo de peluche en el mismo sitio. La paloma negra luce unas voluminosas polainas y se tapa cuello y cabeza con un delicado corpiño. Por su parte, las turbit, razas inglesas que se crían desde el siglo XV, denotan tan antiguo origen con las chorreras de rizado plumaje que les otorga el aspecto de un elegante caballero medieval. Parecido a los de la satineta, la blondineta y las acorbatadas egipcia y tunecina, tocadas con llamativas pecheras que firmaría el modisto John Galiano. Una de las más raras es la paloma tambor. Entona un sostenido arrullo y exhibe un moño que se prolonga por los laterales de la cabeza, un cojinete de plumón sobre el pico y unas grandes plumas. Las maltesas y las picazas son todo lo contrario: plumaje normal, incluso clásico, pero destacan sus formas alargadas, cuello de ganso, cola cortada y patas estilizadas, que demuestran que las aves tal vez desciendan de los dinosaurios. No todas las palomas han aceptado aspectos tan poco corrientes. Las capuchinas, que según su plumaje pueden ser atigradas, negras o calzadas, parecen sentir cierto sentido del ridículo, que les obliga a esconder la cabeza en su capucha emplumada. Todo lo contrario que el comportamiento de la reina de las palomas: la colipava. Basa su irresistible glamour en las exclusivas plumas de su cola. Al parecer es una de las razas más antiguas, originaria de China, La India o el sudeste asiático. De aspecto robusto y muy vivaz, cuando adoptan su pose característica hincha el buche y echa la cabeza hacia atrás para que descanse en el cojín de la cola, que despliega hasta un tamaño superior al de su propio cuerpo, como un diminuto pavo real. Entre ellas, la paloma blanca purísima (columba livia, otro logro de la selección de especies), que se suelta en los actos religiosos, parece una sosez.
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