Incertidumbre y oración

Carlos H. Sanz / Palencia
-

Los treinta y cuatro dominicos palentinos que realizan labores misioneras en el archipiélago se encuentran bien; otras congregaciones no han reportado daños personales

En el Convento de las Agustinas Canónigas de la capital palentina residen nueve monjas filipinas. Sor Marcelina no sabe nada de su hermano: vive en Tacloban. - Foto: Eva Garrido

Palencia y Filipinas, azotada por el tifón Yolanda el pasado viernes, mantienen una estrecha e histórica relación. Son muchos los palentinos que han desarrollado y desarrollan una labor misionera en el archipiélago y otros tantos los filipinos que engrosan las filas de congregaciones religiosas en la provincia.

Esta relación viene de lejos. Basta recordar que el dominico carrionés Miguel de Benavides y Añoza fundó la Universidad de Santo Tomás de Manila en 1611, la primera de Filipinas. De hecho, la presencia de miembros de la Orden de los Dominicos en el archipiélago es numerosa y señalada. Por ejemplo, el vicario en España de la provincia de Nuestra Señora del Rosario -la que corresponde al extremo oriental de Asia- es Pedro Juan Alonso Merino, de Polvorosa de Valdavia. Ayer confirmó a Diario Palentino que los 34 palentinos de la Orden de predicadores están bien.

Las congregaciones de las Dominicas de la Anunciata, Siervas de Jesús de la Caridad y Agustinas Canónigas tienen también presencia palentina en el país, ya sea a través de sus religiosas o de infraestructuras. La Diócesis de Palencia no tiene noticia de que hayan sufrido daños personales.

Aquí, en Palencia, el relato de la tragedia que ha dejado tras de sí el tifón Yolanda lo encontramos en el Convento de las Agustinas Canónigas, donde residen nueve monjas filipinas: Annie Márquez, Aimee Topulayan, Rhoda Abad, Susana Ugay, Neneth Bauio, Marisa Sumamoy, Marcelina Peligrino, Mary Ann Comendador y Melanie Fátima Moldes.

La Hermana Marcelina no tiene noticias de su hermano mayor Julio. No sabe nada de sus cinco sobrinos, que viven en la ciudad de Tacloban, la más afectada del país porque fue allí donde el tifón tocó tierra con ráfagas de viento de hasta 315 kilómetros por hora.

«Estamos preocupadas y tristes porque hasta ahora no tenemos noticias de ellos. No están en la lista de fallecidos pero no sabemos dónde están», comenta Sor Neneth, que ejerce de portavoz porque es quien mejor domina el castellano.

«Tacloban no tiene montes y ante la llegada del tifón avisaron a quienes residían en viviendas de madera de que se trasladasen a Ormoc, a otra zona de la isla más montañosa», relata.

El hermano mayor de Sor Marcelina y su familia estaban entre ellos. Tuvieron esa suerte porque aquellos que residían en viviendas de mayor calidad, con pilares de cemento, se quedaron en ellas confiados en que podrían resistir el tifón.

«De lo que nadie avisó es de la subida del nivel del mar tras el tifón. No fue un tsunami pero el agua llegó a una altura de tres pisos. Esas viviendas suelen tener dos plantas así que cuando llegó el mar muchos no pudieron escapar; a los ancianos y los niños se los ha llevado la corriente», cuenta.

El hermano de Sor Marcelina y su familia pueden estar alojados en los edificios del Gobierno a los que les evacuaron; ella, mientras, junto al resto de sus hermanas compatriotas, espera noticias. «Llamar a esa zona es imposible. No hay ni luz, así que no podemos hacer mucho salvo rezar».

No han sido buenos días para estas monjas filipinas. Cinco de ellas proceden de Cebú, tres de Bohol y otra de Capiz, provincias que hace un mes fueron zarandeadas por un terremoto  de 7,2 grados Ritcher.

Sus familias han perdido sus casas -«viven en tiendas de campaña muy cerca de una brecha que ha partido la isla casi en dos», cuenta Neneth-, sus cosechas y «hasta los cerdos». Pero, pese a todo, no pierden la sonrisa ni su optimismo. «No podemos hacer nada así que nos acompañamos las unas a las otras y nuestra primera oración va para nuestras familias». «Estas tragedias no va a acabar con la fe de Filipinas», advierten.