Paakat: Revista de Tecnología y Sociedad
ISSN: 2007-3607
Universidad de Guadalajara
Sistema de Universidad Virtual
México
suv.paakat@redudg.udg.mx
Año 5, número 9, septiembre 2015-febrero 2016
El papel del periodismo en la era de Internet
Iván Manuel Carrillo Pérez1
Conductor del programa Los Observadores TV Azteca
[Recibido: 9/ 06/ 2015. Aceptado para su publicación: 27/07/ 2015]
Resumen
En el siguiente artículo se presenta un marco histórico acerca del nuevo panorama infocomunicacional, y cómo esta realidad afecta y transforma la actividad del periodista y los medios
en la era digital. En términos generales, se pretende mostrar la atmósfera de constante cambio
que se experimenta en la industria de la comunicación, y cómo la definición de muchos conceptos
y roles dentro de la misma están por desarrollarse representando un reto y una oportunidad
simultáneamente. Asimismo, se aborda el tema de la gobernanza en la Internet, el derecho de la
información, la transparencia y la libertad de expresión. Más que concluir, se busca incitar hacia la
reflexión y el debate sobre temas en los que, seguramente, los periodistas tendremos que abundar
en los próximos años con miras a comprenderlos y a encontrar estrategias y soluciones que nos
lleven a adaptarnos mejor, a conocer su naturaleza, encarar retos y a obtener los beneficios que
ofrece el periodismo digitalizado.
Palabras clave
Periodismo digital, ética periodística, internet, comunicación, periodismo.
The role of journalism in the Internet age
Summary
In the following article a historical context about the new info-communication scenario occurs, and
how this actually affects and changes the activity of journalist and media in the digital age. The
idea is to show overall atmosphere of constant change that is experienced in the communications
industry and how the definition of many concepts and roles represent a challenge and an
opportunity simultaneously. Likewise, the issue of governance on the Internet, the right to
information, transparency and freedom of expression is covered. The following text, rather than
conclusions, intends to incite to reflection and debate on issues in which, I am sure, journalists
have to dwell much in the coming years in order to understand and find strategies and solutions
that lead us to adapt better to know its nature, face challenges and reap the benefits offered
digitized journalism.
Key words
Digital journalism, journalism ethics, internet, communication, journalism.
Introducción
Las nuevas tecnologías de comunicación son al mismo tiempo una consecuencia y un
factor que propicia la sociedad de la información y el conocimiento. En esta forma de
organización social, la creación, distribución y manipulación de la información forman
parte estructural de las actividades culturales y económicas. Por un lado, el consumo de
información cada vez más demandante generó la necesidad de herramientas más
eficaces y veloces como la computadora, la Internet y la World Wide Web (WWW).
Por el otro, la aplicación de estas herramientas ha diversificado de tal manera el
consumo y la administración de la información, que diariamente surgen nuevos formatos
y aplicaciones para almacenar contenidos, presentar ideas, financiar proyectos y generar
nuevos datos. Todo lo anterior ha transformando radicalmente industrias que hasta
finales del siglo pasado parecían inamovibles como la telefónica, la discográfica, la
educativa y, por supuesto, la periodística, entre otras.
A partir de las nuevas posibilidades de envío, almacenamiento y análisis de
información, las dinámicas de los medios de producción, las formas de trabajo y nuestra
concepción del mundo, se han redimensionado abriendo paso a la innovación y la
creatividad, al tiempo que propician el surgimiento de mercados mucho más
competitivos. Particularmente, las tecnologías digitales han impactado en los medios de
comunicación, dotándolos no sólo de nuevos vehículos de información y educación, sino
trastocando a la industria y a sus protagonistas principales, los periodistas, en sus
quehaceres más esenciales.
Por esta razón, considero que somos los periodistas las figuras clave para
construir los nuevos códigos informativos, repensar los géneros y, a través del uso
inteligente de las aplicaciones digitales, los responsables de crear las bases para que la
sociedad redimensione la importancia de contar con informadores y comunicadores
profesionales que actúen como agentes de cambio, crítica, denuncia, experimentación y
causantes de reflexión, debate y pensamiento con respecto al acontecer del mundo. Lo
que significa que tenemos mucho trabajo por delante y que, sin duda, debemos hacerlo
de la mano de la reflexión, la ética y la credibilidad.
Como periodistas no nos bastará saber con qué herramientas podemos crear
experiencias y transmitir historias, sino que tenemos que estar conscientes de qué
implicaciones tienen esas experiencias que producimos. No podemos atrincherarnos en
nuestras redacciones lanzando mensajes a una audiencia que ya no se comporta
pasivamente. El mundo tiene grandes necesidades informativas y tenemos que
atenderlas estratégicamente. Alguna vez escuché a un colega decir que los periodistas
habíamos pasado de administrar la escasez de información a administrar la abundancia.
Coincido, y agrego que se trata de una condición que nos confiere de una enorme
responsabilidad social y nos orilla a un ejercicio profesional de altos estándares.
La era de la digitalización
La Internet se define como un sistema descentralizado de redes de comunicación que se
encuentran interconectadas y que utilizan la familia de protocolos TCP/IP para garantizar
que las redes físicas que lo componen funcionen como un red lógica única, de alcance
mundial. Originalmente se trata de un proyecto desarrollado por la academia y el
sistema de defensa de los Estados Unidos. El primer sistema fue conocido como Arpanet
y nació el 21 de noviembre de 1969. Según la Dennis: “La arquitectura sistemática de la
Internet ha revolucionado el mundo de las comunicaciones y los métodos de comercio al
permitir la interconexión de un número indefinido de computadoras en todo el mundo y
al que, en algunas ocasiones, se hace referencia como la red de redes” (2014, parra. 2).
Del nacimiento de esta gran red a la primera página web creada en el Centro
Europeo de Investigación Nuclear (CERN), gracias al genio del matemático inglés, Tim
Berners Lee, y al surgimiento de las nuevas tendencias conocidas como Big data, donde
los sistemas computacionales administran, correlacionan, analizan y manipulan grandes
volúmenes de información (Data sets), con distintos fines como el análisis de negocio, el
combate al crimen organizado, la prevención de enfermedades, las proyecciones
financieras y los objetivos comerciales, entre otros, hemos transitado a una nueva época
a la que Henoch Aguiar llama la era de la digitalización, es decir, “el mayor proceso de
acumulación, apropiación y personalización de contenidos” (2011, p. 55). Hoy, la
hegemonía del nuevo medio es indiscutible. Después de más de 45 años de su
invención, la Internet está a punto de alcanzar los 3 mil millones de usuarios, según la
Unión Internacional de Telecomunicaciones de las Naciones Unidas, cifra equivalente a
casi el 40% de la población mundial (Internet Live Stats, 2014).
Estas nuevas dinámicas de información y comunicación han alterado las
sociedades y la manera en la que nos relacionamos. En el centro de esta transformación
los usuarios nos ubicamos como el factor fundamental de cambio e innovación con el
desarrollo de nuevas aplicaciones e implementaciones tecnológicas y, sobre todo, con la
labor de crear y comprender los nuevos lenguajes y códigos de comportamiento y
comunicación. “El sujeto activo de la digitalización no es la técnica, sino la persona”
(Aguiar, 2011, p. 60), es decir, a pesar de la revolución tecnológica, el ser humano
continúa siendo el gran activo que establece las dinámicas y las metodologías para el
planteamiento de los problemas y sus posibles soluciones.
Si bien la Internet y la web son las herramientas, y su uso propicia un
intercambio de información y comunicación interactivo, multimediático, hipertextual y
semántico, y transforma la dinámica de consumo de bienes y servicios, tenemos que
afirmar que el simple hecho de que las sociedades estén en línea y que la web pueda ser
un reflejo consolidado de sus economías y políticas no resolverá por sí mismo los
grandes problemas de desigualdad económica, ni creará un estado de derecho ni una
cultura acordes al conocimiento. Las herramientas tienen que utilizarse para convertirse
en motores transformadores y progresistas de las dinámicas sociales.
Sin duda, el primer aviso de poder que se le estaba confiriendo a la sociedad
global o, por el contrario, la forma en la que se estaba minando el control del EstadoNación (principalmente el de los Estados Unidos) fue el atentado del 9/11. Aunque la
utilización de la Internet en dicho atentado haya sido, por llamarlo de alguna manera,
secundario, está claro que la posibilidad de comunicarse por esta vía fue un factor
determinante en este ataque terrorista planeado simultáneamente en diversos países del
mundo. Definitivamente, fue este acontecimiento el que encendió los “focos rojos” con
respecto a la utilización que se podía hacer de las nuevas tecnologías.
Para Tom Chatfiel, en su libro Cómo prosperar en la era digital:
Desde la apertura comercial de la Internet y la creación de la red en 1989, los
medios digitales han pasado de informar simplemente sobre la política de nuestro
tiempo a contribuir activamente a crearla. En la actualidad, gracias a diversos
factores, desde la protesta política global hasta el impacto de WikiLeaks y el
colectivo mundial de hackers Anonymus, los viejos equilibrios de poder están
alejándose a una velocidad asombrosa de las minorías que durante buena parte de
la historia monopolizaron el conocimiento y los instrumentos de organización
(2012, p. 147).
Un ejemplo más que elocuente de esas minorías vulneradas por el nuevo medio
fueron las dictaduras árabes que cayeron durante la llamada Primavera Árabe iniciada en
Túnez y Egipto en las que, como señaló el periodista Michael Theodoulou, el activismo en
la Internet no es un hobby de la gente que chatea sino un motor de poder que moviliza
inconformes. Aunque todavía existe un debate con respecto al verdadero papel que tuvo
la red (se llegó a decir que los rebeldes disparaban tuits), lo cierto es que por primera
vez su potencial antisistémico se dejó ver como nunca antes.
Tal es el alcance demostrado por las llamadas redes sociales, que son, no sólo
como las define Gabriel Richaud (2014), director de IAB México: “Un grupo de
aplicaciones basadas en la Internet que se desarrollan sobre los fundamentos ideológicos
y tecnológicos de las Web 2.0 y que permiten la creación y el intercambio de contenidos
generados por el usuario”, sino también un nuevo medio orgánico cuyo potencial apenas
comienza a dejarse ver. Cabe preguntarnos cuánto tiempo permanecieron soterrados los
sentimientos rebeldes y los impulsos de liberación de los pueblos árabes hasta que
tuvieron acceso a un sistema que enlazara el sentir colectivo de manera determinante.
No obstante, otras vulnerabilidades del sistema son puestas en evidencia gracias
a esta práctica informática. Las revelaciones de WikiLeaks, encabezado por Julian
Assange, y otras filtraciones masivas expusieron al gobierno de los Estados Unidos y a
los gobernantes de todo el planeta que negociaron con ellos y, sobre todo, lo referido a
la guerra de Afganistán que evidenció las terribles prácticas seudodiplomáticas y de
espionaje del gobierno de los Estados Unidos.
En contraparte, en junio de 2013,
aquello que hackers, analistas y expertos en
la WWW nació en 1991: La Internet también
espacio virtual de vigilancia masiva. Todos
manos de agencias de espionaje, ciberpiratas
los usuarios de la Internet descubrimos
seguridad informática advertían desde que
ha funcionado en sentido contrario y es un
los datos personales pueden terminar en
y grandes corporaciones.
Las revelaciones del consultor informático estadounidense, Edward Joseph
Snowden, a los periódicos The Guardian y The Washington Post probaron la existencia
de PRISM, un programa secreto de espionaje para la recolección masiva de información
cibernética, su almacenamiento en enormes bases de datos y su análisis sistemático
mediante potentes software de inteligencia. Y ni qué decir de XKeyscore, una
herramienta diseñada por la National Security Agency (NSA), que permite cruzar todos
los datos públicos y privados de una persona con la mera introducción de su nombre
completo. Desde sus chats hasta sus llamadas, pasando por su historial de navegación,
sus estados de cuenta o su declaración fiscal, el perfil más completo de una persona que
jamás haya soñado policía alguna. El Big Brother de Orson Welles llevado al extremo.
Internet en la vida cotidiana
En este mundo de revelaciones donde los secretos desaparecen y la intimidad es un
espacio en extinción, cabe la pregunta sobre cómo se transformará nuestro
comportamiento en el día a día. ¿El ciudadano de a pie verá trastocados sus hábitos y su
espacio vital para siempre? Más allá de los fenómenos globales, ¿qué implicaciones
tendrá la nueva tecnología en nuestra vida cotidiana?
Manuel Castells cita un estudio realizado por British Telecom donde observaron
el comportamiento de una serie de hogares en los que se utilizaba la Internet. A pesar
de que la conclusión fue que los comportamientos no cambiaban gran cosa. Es decir, que
la gente que hacía lo que hacía, lo sigue haciendo con la Internet, y a los que les iba
bien, les va mejor, y a los que les iba mal, les va igual de mal; el que tenía amigos, los
tiene también en la Internet, y quien no los tenía, tampoco los tiene con la Internet, el
investigador señala que “la Internet es un instrumento que desarrolla pero no cambia los
comportamientos, sino que los comportamientos se apropian de la Internet y, por tanto,
se amplifican y se potencian a partir de lo que son” (Castells, 2001, p. 10 y 11).
Descubrir cuál es nuestro papel dentro del nuevo paisaje informativo y
comunicacional puede ser un ejercicio que nos lleve de vuelta a lo básico. ¿Cuáles de
nuestros comportamientos serán importantes o relevantes para la colectividad una vez
que se vean amplificados y potenciados? ¿Cuántas de nuestras ideas o pensamientos
que hasta ahora compartíamos únicamente en círculos íntimos o privados pueden influir,
propiciar la reflexión y, en última instancia, transformar a otra persona que, de no ser
por el nuevo medio, jamás hubiera contactado con otro par?
La huella de cada uno de nosotros interfiere y actúa no solamente sobre el
paisaje de la comunicación sino sobre la realidad misma. Preguntémonos cuántos
reencuentros sociales no han emergido gracias al Facebook (FB) o cuántas ideas,
negocios, movimientos y oportunidades han sido adoptadas teniendo el poder divulgador
de Twitter (Tw) como intermediario. ¿Cómo influye la actividad de cada uno de nosotros
en la construcción y el concierto de la sociedad del conocimiento en la era digital?
Hoy, las tecnologías de comunicación parecen rebasar la concepción original.
Más que un sistema de comunicación e información, la Internet y la web conforman el
espacio vital de lo que Howard Garder (2008), el autor de la teoría de las inteligencias
múltiples, ha llamado los “ciberciudadanos”. Así como las comunidades físicas han
establecido históricamente patrones sociales y de comportamiento, hoy la construcción
de un gran mundo virtual define y establece relaciones con otro tipo de lógica que no por
eso deja de proyectar los anhelos individuales que dan sentido a la existencia “saltando
por encima de los límites físicos de lo cotidiano, tanto en el lugar de residencia como en
el lugar de trabajo” (Castells, 2001, p. 11), y estableciendo una red de afinidades.
Afinidades entretejidas que resultan inimaginables sin el comportamiento
económico de agentes individuales. Esto es, según se mencionó al principio, la actividad
en la red también ha sido fundamental en la transformación de nuestros modos de
producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios. Lo que
estrictamente entendemos como el objeto de estudio de la economía. Como afirma
Roberto Igarza: “Los productos culturales mediáticos son esencialmente bienes
económicos públicos” (2008, p. 12).
No obstante, el nuevo paisaje infocomunicacional se construye a partir de la
base de las nuevas relaciones sociales y la práctica ética de sus protagonistas, pero
además es el soporte de la nueva economía a partir de los bienes de conocimiento, de
consumo y entretenimiento.
Tanto individuos, empresas, instituciones académicas como gobiernos de todo el
mundo son los participantes de una competencia donde la generación de conocimiento y
la innovación tecnológica son las monedas de cambio de una sociedad de consumo que
se altera constantemente.
Hay que considerar que la sociedad de la Información es la piedra angular de las
sociedades del conocimiento, como lo señaló Abdul Waheed Khan -subdirector general
de la UNESCO para la Comunicación y la Información- “El concepto de sociedad de la
información, a mi parecer, está relacionado con la idea de la ‘innovación tecnológica’,
mientras que el concepto de ‘sociedades del conocimiento’ incluye una dimensión de
transformación social, cultural, económica, política e institucional, así como una
perspectiva más pluralista y desarrolladora” (2003).
El nuevo paisaje de la comunicación y la información es la sociedad
contemporánea potenciada a través de la tecnología, y las nuevas dinámicas son el
reflejo del pulso de una nueva economía gobernada en la que los monopolios de
información tienden a desaparecer poco a poco. En esta realidad, los comunicadores y
periodistas juegan un papel fundamental no exclusivamente para forjar los lenguajes y
los formatos que habrán de establecerse, sino como vigilantes de una serie de principios
que deben permanecer y de un rigor que en la investigación no debe dejarse nunca.
Enfrentar la era que estamos viviendo no significa incorporar las nuevas tecnologías a las
antiguas actividades, sino establecer, regular, potenciar y fomentar prácticas
productivas, éticas, legales y de generación de conocimiento y tecnología en una
realidad que así lo demanda.
Internet, ¿Un espacio libre?
Otro de los debates fundamentales en torno al nuevo medio y a las nuevas tecnologías
ha sido su capacidad para difundir información con muy pocos recursos. La oferta de
democratización de la información y el conocimiento de la Internet han sido muy
grandes y esperanzadores, pero la posibilidad técnica no sienta las bases
democratizadoras por sí misma. Hay muchas variables que considerar antes de hablar de
un espacio sin ataduras. Además, en la práctica diaria del periodismo digital es posible
constatar cómo los sitios se mueven con marcos legales y regulatorios ambiguos y poco
claros. En el caso de México, muchas de las leyes que regulan los medios tradicionales
han sido adaptadas para cubrir el terreno de acción de la Internet. A esta situación hay
que sumar que la Internet tiene una cobertura internacional por su propia naturaleza, de
ahí que muchas de las regulaciones caen en un terreno donde no existe una autoridad
definida. A esta discusión hay que agregar el tema de la libertad de expresión y el
control que algunos gobiernos pretenden imponer a la red. Un tema fundamental para el
futuro de la Internet y del periodismo ejercido a través de este medio.
La idea de un medio de comunicación completamente libre fue expandiéndose
conforme la Internet empezó a mostrar las nuevas posibilidades, y la población comenzó
a apropiarse de la red, ya sea con el uso cotidiano o mediante el desarrollo del software
que permitía posibilidades infinitas. De hecho, en el origen, el nuevo medio no fue
considerado como sujeto de regulaciones jurídicas. Debido a su naturaleza de red para
transferencia de datos, se consideraba que este espacio sólo requería controles técnicos,
mas no legales.
Según nos dicen Jean Marie Chenou y Roxana Radu (2013), antes de la
autorización de actividades comerciales en la Internet, en 1992, los usuarios aceptaban
una serie de soluciones institucionales creadas específicamente para la nueva red. Los
primeros organismos para el control y la regulación de la Internet datan de la segunda
mitad de la década de 1980 y la primera de 1990: el Internet Engineering Task Force,
lanzado en 1986, y la Internet Society, en 1992. Ambas organizaciones nacieron con el
propósito de ordenar la transformación de la Internet desde una federación de redes
basadas en tecnologías no compatibles, hacia una estandarización provocada por la
adopción del estándar técnico de transmisión de datos llamado TCP/IP, a partir de la
segunda mitad de la década de 1980.
En la década siguiente, la adopción de un estándar técnico único y políticas
públicas para la promoción del uso de la Internet en países como los Estados Unidos
(debido a iniciativas como la High-Performance Computing Act of 1991, promovida por el
entonces senador, y posterior vicepresidente, Al Gore), y el desarrollo de interfaces
visuales que permitían el uso de la Internet sin necesidad previa de entrenamiento
alguno (el primer programa navegador, Mosaic, fue creado en 1993), incrementaron
rápidamente la cantidad de usuarios en el mundo. Según Internetsociety.com en 1995
se registraron alrededor de 16 millones de usuarios, y una década más tarde la cantidad
había aumentado hasta más de 938 millones de cibernautas.
Además, a principios de la década de 1990, 21 países poseían conexiones. Para
1996, la relación se había invertido. Sólo una veintena de países no tenía conexiones
(Dholakia y Kshetri, 2003), ya sea por encontrarse en una ubicación geográfica
particularmente complicada o por estar inmersos en procesos de inestabilidad política
(por ejemplo, Ruanda y Somalia, respectivamente).
También aumentaron exponencialmente las aplicaciones: la primera tienda de
comercio electrónico usable desde un programa navegador (Book Stacks Unlimited)
inició operaciones en 1992, y Napster en 1999, como el primer servicio de intercambio
de contenidos audiovisuales (Robin, 2014). Es quizá en ese momento cuando se cobra
conciencia por primera vez de que las actividades realizadas en la red requerían algún
tipo de regulación jurídica toda vez que comenzaba a involucrar el intercambio
económico más allá del sistema de regulación estrictamente técnico, mantenido por
organizaciones como la Internet Corporation for Assigned Names and Numbers (ICANN),
encargada de controlar el sistema de asignación de nombres de dominio, fundada en
1998 (eMarketer, 2014).
Pero la necesidad de darle un soporte jurídico a las actividades en la Internet
fue una respuesta no sólo al aumento de las transacciones comerciales que comenzaron
a incrementarse en este espacio. Por ejemplo, la empresa eMarketer (2014) estima que
para 2013 el comercio electrónico representó ventas por alrededor de 1.2 millones de
millones de dólares, pero aquellos signos también dejaron ver que estábamos ante la
emergencia de un espacio muy importante de diálogo y de influencia política. Como ya
se mencionó previamente en este artículo, uno de los principales indicadores fue la
llamada Primavera Árabe que puso de relevancia el papel de la Internet como habilitador
de procesos de cambio político, según lo define el estudio Arab Social Media Report
(Mourtada, Racha y Salem, Fadi, 2012).
Ante esta situación, surgió una preocupación entre la legislación internacional
para crear restricciones o modificaciones en las leyes existentes que pudieran regular
actividades como el comercio, las operaciones financieras y la protección a la propiedad
intelectual. Dentro de estos debates se han incluido los temas políticos y sociales, la
libertad de expresión, el ciberterrorismo y, quizá uno de los más polémicos, la regulación
del libre flujo de contenidos.
Prácticamente, toda la legislación contemporánea relacionada con la Internet ha
sido ejercida dentro de los confines de los territorios nacionales, adaptando regulaciones
creadas para otros medios como televisión abierta, radio, redes de telefonía e incluso
servicios de carreras de caballos, como lo señala el periodista Alexis Madrigal (Madrigal,
Alexis y Lafrance Adrienne, 2014). A esto se suma la diversidad de tradiciones jurídicas
en el mundo, entre las que se encuentra la del common law, prevaleciente en países de
influencia británica como Canadá, Australia, Nueva Zelanda, India, Malasia y Singapur,
entre otros, y la tradición del derecho romano-napoleónico, prevaleciente en buena parte
de Asia, África y América.
Así las cosas, en países basados en el common law, la regulación de la Internet
emana de jurisprudencias establecidas por organismos como la Federal Communications
Comission en los Estados Unidos o la Office of Communications en el Reino Unido.
Mientras que en el caso de las naciones donde prevalece el derecho civil, el poder
legislativo de los respectivos países ha creado la legislación pertinente, que a su vez es
implementada por organismos emanados del poder ejecutivo como, por ejemplo, la
Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones en España y el Instituto Federal de
Telecomunicaciones en México. Bajo ambos sistemas es el poder judicial la instancia que
tiene la capacidad para resolver controversias relacionadas con estas decisiones.
A nivel supranacional, la Unión Europea es quizá el caso más completo de
regulación regional, pues la Comisión Europea posee la capacidad de emitir legislaciones
y tomar decisiones que afectan el despliegue y desarrollo de esta tecnología. A esto se
suman acuerdos comerciales de índole internacional como el Acuerdo Estratégico TransPacífico de Asociación Económica (actualmente en proceso de negociación entre una
docena de países ribereños del océano Pacífico), así como el cumplimiento de reglas a
las que se someten los estados que desean ser miembro de organismos internacionales
como la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual y la Organización Mundial del
Comercio.
Finalmente se cuenta con la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT),
organismo especializado de la Organización de las Naciones Unidas para temas
relacionados con las telecomunicaciones, que si bien representaba un papel limitado en
la regulación de la Internet, a partir de 2004 la Asamblea General de las Naciones
Unidas ordenó la creación del llamado Working Group on Internet Governance (WGIG),
formado por representantes nacionales, que colabora con la UIT en la creación de un
nuevo marco de gobierno de la Internet que reemplace al actual, centrado en el ICANN,
organización que aún tiene una estrecha relación con el Departamento de Comercio de
los Estados Unidos, lo que representa un vestigio del vínculo original entre la Internet y
los organismos estatales estadounidenses (Fidler, 2013).
Actualmente, con la Internet presente en todas las naciones del mundo, algunos
temas han comenzado a ser abordados por diversos ordenamientos jurídicos a nivel
nacional e internacional, lo cual ha llevado consigo diversas controversias, muchas de
ellas en el terreno de la propiedad intelectual.
Este es probablemente uno de los primeros temas conflictivos de la red de
redes. En el año 2000, la banda de rock Metallica demandó en los Estados Unidos al
servicio de música digital Napster por albergar una versión preliminar de una de sus
canciones. Un año más tarde, la Recording Industry Association of America demandó a
Napster por infligir sus derechos de propiedad intelectual.
El primer litigio fue resuelto fuera de tribunales, pero el fallo del segundo juicio
fue adverso y la empresa se declaró en bancarrota en 2002 (Hernández, 2012). A su
vez, estos juicios sentaron precedente en los Estados Unidos sobre la responsabilidad de
quienes albergan contenidos digitales protegidos por el derecho de autor. De hecho, un
razonamiento similar fue empleado una década más tarde por una corte estadounidense
para confiscar el dominio y la infraestructura del sitio de almacenamiento de archivos
Megaupload.
En el plano internacional, desde 1996 la Organización Mundial de la Propiedad
Intelectual (OMPI) estableció el WIPO Copyright Treaty (WCT) y el WIPO Performances and
Phonograms Treaty (WPPT), documentos que establecen la protección a la propiedad
intelectual de fonogramas y videogramas en los territorios de los 187 países que lo
conforman, incluida la protección de los contenidos en la Internet. Este es quizá uno de
los temas más controversiales debido a que el movimiento de contenidos protegidos por
patentes y derechos de autor involucra diversos actores: el autor del contenido, el
usuario (legal o ilegal) del mismo y el responsable de la red de telecomunicaciones y del
servicio de almacenaje de dicho contenido (World Intellectual Property Organization,
1996).
A este respecto, en 2011, el legislador estadounidense Lamar Smith propuso
ante la Cámara de Representantes de los Estados Unidos la llamada Stop Online Piracy
Act, una legislación que contenía una serie de medidas como el establecimiento de
responsabilidad legal para las empresas que (con su conocimiento o no) albergaran
ilegalmente contenidos protegidos por la ley, así como la obligación de dichas empresas
de evitar albergar estos archivos, borrarlos (incluso sin el consentimiento de quien los
haya colocado en línea) y proporcionar la información personal de dichos usuarios a las
autoridades judiciales. Sin embargo, debido a la controversia causada en la opinión
pública mundial, esta iniciativa fue retirada por tiempo indefinido (The Library of
Congress Thomas, 2011).
A medida que la Internet se ha convertido en un canal de comunicación de usos
comerciales, también ha atraído hacia sí la atención de las autoridades judiciales de todo
el mundo, quienes buscan perseguir delitos que van desde el fraude, el tráfico de
material pornográfico que involucre a menores de edad, hasta el uso de la Internet como
vía para el robo de información.
En este caso se ha privilegiado el uso de los códigos penales existentes para la
atención de crímenes ocurridos en la red. En el caso de México, Jorge Esteban Cassou
(2009), señala en su artículo “Delitos informáticos en México”, que en los Estados Unidos
el concepto de delito informático existe desde la década de 1970, y a nivel de la Unión
Europea, desde 1989. En nuestro país, fue hasta el año de 1999 cuando se incorporó, en
el Título Noveno del Código Penal Federal, un apartado titulado Revelación de secretos y
acceso ilícito a sistemas y equipos de informática, que incluye temas como la destrucción
de equipo e información contenida en sistemas de almacenamiento informático, así como
el uso de la Internet como herramienta para la comisión de delitos de crimen organizado
y el tráfico de pornografía infantil.
No obstante lo anterior, uno de los temas fundamentales al hablar de legislación
de la Internet es la libertad de expresión y el libre flujo de contenidos, sobre todo por la
existencia de diversas visiones de leyes referentes a este tema y sus mecanismos de
regulación. Quizá en el extremo más radical se encuentra China, que a través de
legislaciones como la Ley de la República Popular de China en la Preservación de
Secretos del Estado y el Compromiso Público de Autorregulación y Ética Profesional para
la Industria China de la Internet establecen límites a las formas de expresión que dañen
la armonía social del país (Xu, 2014).
Mientras tanto, en las naciones de la Unión Europea, los límites a la libertad de
expresión se encuentran en el discurso promotor del odio étnico, la negación del
Holocausto y la defensa del nazismo. Por ello, en 2010 el Consejo de Europa (cuerpo
ejecutivo de la Unión Europea) propuso, y posteriormente aprobó y firmó, un documento
llamado Additional Protocol to the Convention on Cybercrime (2004), en el que
estableció las líneas generales de las restricciones al uso de la Internet en la promoción
del racismo, la discriminación y otras conductas socialmente nocivas.
En el caso de los Estados Unidos, cuya influencia en la legislación mundial
siempre es de suma importancia, la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados
Unidos garantiza la libertad de expresión, aun de las expresiones más agresivas,
limitando su control a aquellos casos cuyas partes afectadas solicitan la protección de
sus derechos. En el caso mexicano, no existe todavía una regulación específica sobre
este tema, aunque se ha presentado, al menos, un incidente donde un sitio web fue
cerrado a petición de autoridades mexicanas. Esto sucedió en diciembre de 2013
cuando, presuntamente a solicitud de la Comisión Nacional de Seguridad de la Secretaría
de Gobernación, se pidió a la embajada de los Estados Unidos (y sucesivamente al
proveedor de la Internet estadounidense GoDaddy) la suspensión del sitio web
1dmx.org, que publicaba denuncias de violaciones de derechos humanos ocurridas desde
el inicio del gobierno actual (O'Brienn, 2014).
Gobernanza de la Internet
Como se dijo anteriormente, la coordinación técnica de la Internet depende, en su mayor
parte de ICANN, organismo nacido en los Estados Unidos y cuya función es asociar los
números que identifican a una computadora en la red con algún nombre de dominio (lo
que permite, esencialmente, colocar en un navegador las palabras www.wikipedia.org,
en lugar de la secuencia de números 198.35.26.96).
Sin embargo, desde el surgimiento del WGIG en 2004, algunos países presionan
para el cambio del sistema de gobierno de la Internet de uno centrado en los Estados
Unidos a uno basado en un consenso más internacional. A inicios de diciembre de 2012
se llevó a cabo, en el territorio de los Emiratos Árabes Unidos, la World Conference on
International Telecommunications (WCIT-12), reunión donde por primera vez en la
historia se abordó, de manera pública y mundial, el tema de la gobernanza de la
Internet.
En esta reunión se presentaron dos posturas: una liderada por los Estados
Unidos (y seguido por una veintena de naciones de Europa y Asia, principalmente), que
propone el mantenimiento del status quo en la gobernanza de la Internet, mientras que
el resto de los países buscan un sistema más incluyente, que permita a otras naciones
tener un grado de participación. De acuerdo con David P. Fidler, investigador en la
Indiana University Maurer School of Law (2013), la falta de consenso sobre el tema
sugiere que las posiciones se han enconado, haciendo que las soluciones de compromiso
sean cada vez menos probables. En este contexto, comienza a emerger un escenario de
“guerra fría digital” y la “balcanización” política de la Internet y el ciberespacio (Fidler,
2013).
Todo esto sucede en la mesa de negociaciones, en tanto que el ambiente en el
mundo real se ha tornado desconfiado y confuso, sobre todo a partir de la anteriormente
mencionada liberación de información en cantidades masivas por parte del exanalista de
la CIA, Edward Snowden, quien en junio de 2013 filtró cantidades ingentes de datos en
diarios y sitios web noticiosos sobre las redes de intercepción de telecomunicaciones
creadas por la National Security Agency. Es difícil saber qué repercusiones tendrán estas
revelaciones en el mediano y largo plazos, pero es razonable pronosticar que en las
siguientes ediciones del WCIT (que se espera se realice en algún momento de la segunda
mitad de esta década), la gobernanza de la Internet finalmente adopte un modelo más
centrado y acorde al consenso internacional.
Ante este panorama, conviene rescatar algunas de las ideas que se expresan en
el terreno de los investigadores y analistas. Por ejemplo, David Ramírez (2007), en su
artículo “La naturaleza de la Internet y sus repercusiones legales”, destaca que al hablar
de una futura gobernanza de la Internet es fundamental considerar el significado de la
palabra red, ya que su carácter libre proviene en gran medida de no contar con un
órgano central operador del sistema, sino de su atomización en pequeños cerebros
distribuidos geográficamente. Dice Ramírez (2007, párrafo 23):
La naturaleza del Ciberespacio es comparable al espacio sideral donde ningún
punto es el centro, y donde jurídicamente no hay dueño. O se le puede comparar a
la figura jurídica de las aguas internacionales por las mismas razones expuestas.
Su naturaleza es, por sí misma, no geométrica y profundamente antiespacial.
En contraparte, el investigador estadounidense, Tim Wu, 2010, afirma que la
Internet no es el ser inmaterial de elasticidad infinita que todos imaginamos, sino un
ente físico real que puede deformarse y romperse. Y es que, aunque la red está diseñada
para conectar a cada usuario con los demás en igualdad de condiciones, “siempre se ha
basado en un número finito de conexiones físicas, por medio de cables o de ondas, y de
interruptores manejados por un número finito de empresas de cuya buena conducta
depende todo el sistema” (Chatfield, 2012).
Tomando como base estas contraposiciones la pregunta es si es posible una
legislación reguladora, justa, equitativa y que satisfaga los intereses mundiales, y, sobre
todo, en la práctica del periodismo, ¿qué implicaciones tendrá en la libertad de
expresión, la transparencia, la autonomía y el combate a la corrupción la existencia de
un marco regulador y limitativo?
Entre las muchas respuestas posibles, cabe mencionar a Javier Darío Restrepo
(2013, párrafo 2), quien en el Consultorio de ética del periodista señala:
Para actuar en libertad cada periodista debería ejercer el control necesario para
decir solo lo que como periodista debe decir, o sea lo que más convenga al interés
público. Esto vale para periodistas y para quienes utilizan un medio de
comunicación pública como la Internet. Cuando ese autocontrol no se da, o es
débil, a falta de una práctica ética se impone la aplicación de la ley para proteger
los derechos de las personas. En el caso de la Internet las leyes se muestran
débiles e ineficaces.
Restrepo afirma que en la Cumbre de la Sociedad de la Comunicación, ocurrida
en 2005, la actividad se concentró en buscar mecanismos contra la pornografía, la
violación de la intimidad y el cuidado del buen nombre de las personas, pero que aún no
existen esos instrumentos ni tecnologías para su control. A falta de ello, señala el
periodista, tenemos que confiar en los compromisos éticos de cada persona para hacer
uso inteligente y responsable de las nuevas tecnologías. “En este momento las
posibilidades de que la Internet no se convierta en el campo de los más fuertes y
audaces, está en la conciencia ética individual” (2013, párrafo 5).
El papel del periodista
Uno de los temas fundamentales en la reflexión de la nueva era de los medios de
comunicación se refiere al papel que los periodistas deben jugar. Si bien en las aulas y
en los centros de investigación los académicos se preguntan cómo se llevará a cabo el
ejercicio informativo a partir de las nuevas tecnologías, en las redacciones y los medios
de comunicación los profesionales se preguntan qué será de su trabajo, cómo evitar ser
desplazados por la nueva ola de generación de contenidos, cómo actualizarse, cómo
hacer valer los años de experiencia en el manejo de información ante las nuevas formas
de producción y distribución de la misma.
Todo lo anterior, acompañado de situaciones que suceden todos los días en los
medios de comunicación, como la creación de nuevos puestos adaptados a la realidad
digital (el community manager, el editor web y el diseñador-programador2, entre otros).
La integración de redacciones o el franco desplazamiento de las redacciones anteriores
adecuadas para productos impresos como revistas y periódicos, la creación y búsqueda
de nuevos perfiles de profesionales, nativos de la Internet, con pocas expectativas
financieras, lo que provoca el abaratamiento del mercado profesional, son tan solo
algunos de los factores que se viven en los medios de comunicación.
La pregunta es si realmente las nuevas tecnologías han llegado para suplantar o
complementar a las anteriores. ¿Cuáles de las prácticas periodísticas deberán
permanecer o, incluso, reforzarse? ¿Cuáles desaparecerán?
Lo primero que hay que recordar es que, casi por tradición, la innovación
tecnológica en medios de expresión y de comunicación viene acompañada por una
suerte de visión catastrofista que anuncia la inmediata muerte o sustitución del formato
previo. Las anécdotas son abundantes: la fotografía debía aniquilar a la pintura, y el cine
al teatro. Este último, de haberse cumplido los augurios, hubiera sucumbido ante la
televisión.
Hoy, en los círculos periodísticos de materiales impresos, las preguntas tienen
que ver con la manera en que la Internet entregará el acta de defunción a las rotativas.
No obstante, la experiencia dicta que existe una suerte de metabolismo mediático que
termina por adaptar y asignarle un papel, un espacio y una audiencia a cada uno de los
soportes y formas de comunicación, muchas veces definido por el encuentro del modelo
de negocio que les permite sobrevivir.
Recordemos que los medios innovadores, en cuestión de lenguaje y tecnología,
suelen nacer imitando los códigos del medio que, supuestamente, llegan a remplazar.
Por ejemplo, las primeras historias cinematográficas fueron una calca de la narrativa
teatral; y no es una casualidad que la fotografía haya nacido precisamente en el
momento en que los cánones artísticos vieron en la imitación más fiel de la realidad la
máxima expresión de talento y pericia del artista. No hay una regla para saber cuándo y
cómo finalmente se consolida su propio estilo de comunicación, formatos y código, pero
la experiencia del cine, la radio y televisión dicta que, tarde o temprano, termina por
suceder.
Tomando estas consideraciones, cabe preguntarse si en el caso de la Web y los
medios impresos la historia será diferente. Lo que hasta la fecha hemos visto es que el
instinto de supervivencia llevó a directores de diarios, editores y periodistas a querer
trasladar el contenido de los periódicos impresos a un formato digital bajo la lógica –y la
esperanza– de que lo único que había cambiado era el soporte, del papel a la pantalla,
pero que la esencia informativa podría seguir con sus dinámicas tradicionales, incluyendo
el soporte publicitario tradicional.
Tuvieron que pasar unos cuantos lustros para darnos cuenta de que la
disposición de una página de papel y la de una pantalla digital tienen poco que ver entre
ellas. Esto, sin considerar todavía los lenguajes multimedia, la hipervinculación y otras
herramientas que rápidamente han pasado a formar parte de la realidad de la
información haciendo de la Internet, más que una consulta o una lectura, una
experiencia integral.
Esta consideración orilla a editores, periodistas y diseñadores a explorar, diseñar
y construir los nuevos lenguajes y protocolos del medio. Aunado a ello, y de forma
mucho más contundente, debemos considerar el nacimiento de las redes sociales que de
forma acelerada “metabolizaron” el formato de los blogs o bitácoras, que gozaron de un
breve reinado en el cambiante mundo de la Internet y que han consolidado una
audiencia productora y distribuidora de contenidos que rebasa la esfera del profesional
de la comunicación y genera nuevas formas informativas y de entretenimiento. Dentro
de esta vorágine, una pregunta ha sido formulada y replanteada una y otra vez: ¿cuál es
el papel de los periodistas en esta nueva realidad mediática?
En su artículo “Los valores del periodismo en la convergencia digital: civic
journalism y quinto poder”, Nuria Almirón (2006) cita a Burguet, quien afirma que “no
puede haber ética sin competencia–ni competencia sin ética en la práctica periodística
honesta, pues tan peligroso es un manipulador competente como un honesto
incompetente” (párrafo 11). Con estas palabras se resumen dos ejes fundamentales
sobre los cuales los periodistas de este milenio nos compete reflexionar y actuar en
consecuencia para adaptar nuestro quehacer a las nuevas tecnologías de comunicación e
información.
Por un lado, las cuestiones éticas en las que será erigido el fundamento de
nuestra actividad: la credibilidad, y sobre las cuáles abundaremos más adelante. Por el
otro, considerar que el desarrollo e innovación en las tecnologías informativas no sólo
son una oportunidad única para revalorar el lugar del periodismo dentro de la sociedad,
sino que nos llevan a reflexionar sobre nuestro papel ante la posibilidad de ser
desplazados por otras formas de ejercicio de la comunicación, como la práctica del
llamado periodismo ciudadano y la producción-distribución de contenidos en las redes
sociales por el ciudadano de a pie.
Sin duda, el ejercicio profesional del periodista contemporáneo deberá, hoy más
que nunca, apelar a sus valores fundamentales para sobrevivir y permanecer como una
actividad que contribuya a las dinámicas de la sociedad. Es decir, a esa exhaustiva
búsqueda de la verdad a la que se refieren los principios del periodismo que cita la
misma Almirón (2006, párrafo 6), para garantizar su existencia por medio de la legítima
necesidad de su labor social, y que son los siguientes:
•
•
•
•
•
•
•
•
•
Buscar la verdad.
Mantener la lealtad, ante todo, con los ciudadanos.
Mantener una disciplina de verificación.
Mantener la independencia principalmente de aquello sobre lo que se
informa.
Ejercer un control independiente del poder.
Constituirse en foro público de la crítica y el comentario.
Esforzarse por ofrecer información sugerente y relevante.
Esforzarse por ofrecer información exhaustiva y proporcionada.
Respetar la conciencia individual del profesional del periodismo.
Lo anterior, sin dejar de considerar que la competencia se refiere no únicamente
a la fundamental pericia tecnológica, sino que también nos habla de la capacidad de
crear nuevos códigos y conceptos informativos, además de participar en la innovación de
las formas de financiamientos y comercialización que garanticen el sustento del medio
sin sacrificar la independencia del trabajo periodístico.
Si es la convergencia tecnológica la que ha generado la plataforma multimedia,
hipertextual e interactiva, debemos ser los periodistas y profesionales de la
comunicación quienes establezcamos las pautas de códigos renovados de trabajo,
definamos y comprendamos a las audiencias emergentes, clarifiquemos tendencias,
identifiquemos oportunidades y construyamos el medio a partir de sus características, y
de nuestra propia experiencia.
Más allá de la definición técnica de la Internet mencionada anteriormente,
Manuel Castells (2001) lo describe como “un medio de interacción y organización social
que está revolucionando la comunicación por su capacidad de cortocircuitar los grandes
medios masivos”. El investigador señala que por primera vez existe una capacidad de
comunicación masiva no mediatizada por los medios de comunicación de masas: “Ahí se
plantea el problema de la credibilidad” (p. 1), dice.
Sobre este fundamento, el profesional de la comunicación debe adaptar su
quehacer a las nuevas formas de generación y producción colaborativa que construye el
núcleo de las transformaciones que vive el sistema mediático. Como afirma Roberto
Igarza (2008): “Existe un periodismo-ciudadano, un neoperiodismo, que se sitúa en las
fronteras de los medios y que actúa diversificando las fuentes de información y, a la vez,
completando los medios de comunicación institucionalizados” (p. 26).
La conquista de las audiencias/productoras/distribuidoras es el reto del
periodista del siglo XXI, y la principal labor parece ser la capacidad de adaptar aquello
que Gabriel García Márquez llamaba “la bendita manía de contar historias”, o como
afirma la periodista Hilda García (2011):
Nuestro trabajo es contar historias. Y aunque todos cuentan historias en una
novela, un cuento, un chiste o hasta un chisme, el periodista debe contarlas con
objetividad, balance, proximidad y relevancia. Si el periodista es multimedia,
deberá mantener las mismas reglas pero integradas en texto, audio, imagen y
gráficos. Toda historia debe tener: un personaje, su contexto y, sobre todo, el
conflicto en el que vive (p. 17).
¿Una nueva ética?
En la vorágine de nuevas dinámicas y conceptos que las tecnologías de comunicación e
información traen consigo, es indispensable preguntarse sobre el diferenciador y el valor
agregado que los comunicadores profesionales pueden tener sobre una audiencia que ha
dejado atrás su pasividad y que ha sido dotada de las herramientas para formar parte de
la generación y distribución de contenidos. Así lo afirma Josep María Casasús (2000):
En la era digital la ética es la única razón de ser del periodismo. Lo único que
puede identificar a los periodistas con respecto a otros informantes que actúan en
la red es el compromiso ético solidario y progresista con la realidad, y con la
voluntad de obtener la descripción más fiel posible de la verdad por la vía del más
amplio consenso de percepciones (p. 1).
Reflexionar en torno a los retos del quehacer periodístico requiere una óptica
más amplia a partir de lo que el trabajo por sí mismo significa para el ser humano.
Según Bonete (1995): “El ser humano se define desde su responsabilidad. El qué debo
hacer presupone la necesidad de hacer un algo que debe ser hecho, lo que implica que el
’qué’ del ’hacer’ –en cuanto debido– sea asunto primordialmente de responsabilidad” (p.
24).
Por su parte, Howard Gardner (2008), en su libro Las cinco mentes del futuro,
se pregunta: “¿En qué mundo nos gustaría vivir si no conociéramos previamente el
estatus social ni los recursos que vamos a tener?”. Para este investigador el “qué debo
hacer” presupone la realización de un trabajo para contribuir a la colectividad. Y afirma:
“A título personal, aunque confío en que no sólo sea personal, me gustaría vivir en un
mundo caracterizado por el trabajo bien hecho, por el trabajo excelente, ético y
atractivo” (p. 179).
La pregunta es cómo podemos los periodistas del siglo XXI desarrollar un trabajo
“excelente, ético y atractivo” ante el panorama cambiante de las nuevas tecnologías de
comunicación. Según Gardner (2008), tres facetas definen el trabajo de un profesional:
su calidad de excelencia al ser disciplinado, su responsabilidad al tomar en cuenta las
consecuencias para la comunidad en la que se desarrolla, y su capacidad de hacernos
sentir y proporcionarnos sustento aun en condiciones desafiantes al ser interesante y
valioso.
En la realidad de las comunicaciones digitales el periodista enfrenta un
panorama de acción que debe ser definido más como un espacio social que como un
mundo virtual o un espacio geográfico. En la conferencia “Conectados: el sorprendente
poder de las redes sociales y cómo nos afecta”, el doctor James Fowler (2012) se refiere
a cómo el entramado social es un constante fluir orgánico de información y de influencia
en los comportamientos y las ideas de los seres humanos: “Somos influidos e influimos
por personas invisibles” (p. 15).
El poder de influencia que Fowler ha demostrado en ámbitos negativos como el
contagio de la obesidad, el hábito de fumar e ingerir bebidas alcohólicas, y en ámbitos
positivos como el contagio de emociones, de nivel socioeconómico, y hasta en la misma
percepción del estado de felicidad con el que se encara la vida, cobra una relevancia
doble cuando nos referimos al papel del comunicador y del periodista cuyo trabajo se
define como “el acto de socializar rápida y efectivamente la información” (Dallal, 1989,
p. 21). Tenemos, entonces, que el deber ser del periodista se concentra en detectar
aquella información “auténtica” que por necesidad imponen las circunstancias históricas
y sociales para transmitirlas por razones vocacionales, técnicas e históricas.
Pero es fundamental colocar en el centro de nuestro análisis el hecho de que esa
información que envía el periodista o el comunicador es susceptible de prender en la
conciencia colectiva, de transformar, mover, inquietar y llevar a la acción a los miembros
de una comunidad. Destaco como ejemplo el video que crearon los estudiantes de la
Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México a raíz de las protestas contra el
entonces candidato a la presidencia de México, Enrique Peña Nieto, en mayo de 2012,
quien en su visita de campaña a este centro de estudios defendió su decisión de reprimir
el movimiento social de Atenco como gobernador del Estado de México y encendió los
ánimos de la audiencia que le recriminó al respecto. Al día siguiente, y ante las
acusaciones de que se trataba de provocadores filtrados entre los estudiantes, éstos
decidieron grabar el video y dar la cara públicamente.
El material visual, además de haber sido difundido a través de las redes
sociales, y en el cual se hacía un reclamo a la transparencia y veracidad mediática en la
cobertura de las elecciones, tiene una característica muy importante que, desde mi
punto de vista, fue lo que “prendió” en la conciencia colectiva. Me refiero a un mismo
discurso expresado a través de distintas voces y presencias ante la cámara, lo que
subraya, de forma subyacente, el sentido colectivo de la exigencia.
El video pone de manifiesto, al igual que lo hizo el debate presidencial planeado
por la organización #yosoy132, surgida a raíz del mismo conflicto, una gran inteligencia
colectiva expresando una convicción. Una suerte de conciencia demócrata que
finalmente encuentra un medio de expresión sin el control de los grandes corporativos
informativos. Una exigencia producto de una red ideológica conectada a través de la
tecnología. Nuevamente, nos enfrentamos al problema de la ética en el uso de esta
información y al de una autorregulación. Porque si bien en el caso del movimiento
#yosoy132 parece justificarse, en otros usos de la comunicación vía digital, como han
sido los intercambios de información de los narcotraficantes a través de asesinatos o
ejecuciones llevadas a cabo en video por el Estado Islámico, nos enfrentamos a un
ejercicio de comunicación fuera de toda norma, ética y humanismo que merecería un
análisis aparte.
En el consultorio ético de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI),
el autor dice:
No es la tecnología la que crea problemas éticos, son los usuarios de la tecnología
quienes los crean. (…) En el caso de la tecnología de las comunicaciones, esta ha
de servir para intensificar y hacer más efectiva la relación entre las personas, pero
hay un problema ético cuando esto no es así y en vez de comunicar, el medio
incomunica (Restrepo, 2013, párrafo 1).
Es decir, no basta la implementación técnica de un medio de comunicación para
democratizar la información. En la era digital, vemos este fenómeno con la brecha que
comienza a crearse y a ampliarse dramáticamente entre lo que podríamos llamar los
“info-ricos” e “info-pobres”, una nueva distinción de sociedad inequitativa. Es decir, las
diferencias reales de acceso a los bienes informativos. De tal forma que en 2011, la
Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el acceso a la Internet como un
derecho humano: “La única y cambiante naturaleza de la Internet no sólo permite a los
individuos ejercer su derecho de opinión y expresión, sino que también forma parte de
sus derechos humanos y promueve el progreso de la sociedad en su conjunto”, señaló el
relator especial de la ONU, Fran La Rue, durante la declaratoria.
Restrepo (2014), señala que la Internet no solamente permite el acercamiento a
cada vez más personas, lo que amplía el horizonte de descubrimiento del otro, sino que
abre oportunidades para compartir conocimientos y sentimientos, y crea la coyuntura
propicia para hacer reales las posibilidades de los seres humanos para el crecimiento
personal.
Sin duda, cada uno de estos puntos es susceptible de generar un debate en
cuyo centro se puede colocar al periodista o al comunicador por su vocación informativa
y por considerarse que debe seguir siendo pieza clave en el devenir informativo.
Pensemos que desde la redacción, la sala de edición televisiva, la cabina de radio o, cada
vez más frecuente, desde el monitor de la computadora o el teléfono inteligente para
publicar en línea o en redes, su trabajo está obligado a cubrir esa necesidad de
información.
Existen varios códigos deontológicos que abordan el tema. Uno de ellos ha sido
definido con el acrónimo PAPA (Barroso, 2014), que incluye: intimidad –privacy–,
exactitud –accuracy–, propiedad intelectual –property– y accesibilidad –accessibility–.
Donde la intimidad se refiere a la confidencialidad; la exactitud, a la puntualidad; la
fidelidad a la transmisión de los datos, y la propiedad intelectual instruye a los
informáticos para respetar y dar referencias apropiadas.
Corresponde a los periodistas del siglo XXI reflexionar y crear los códigos y
documentos necesarios para fomentar mejores prácticas en su campo. No sólo
encaramos el reto tecnológico, sino que debemos fomentar y establecer las bases para
una práctica autónoma, sustentable, independiente, eficaz y veraz. El trabajo del
periodista no puede continuar exclusivamente sobre la base reactiva del día a día, es
necesario complementarlo con la formación y el bagaje académico y con el apoyo de las
instancias responsables de la transparencia y los derechos en el ejercicio informativo que
permitan diseñar estrategias e implementar tácticas para profesionalizar una actividad
cuyo ejercicio se define por el cambio constante.
Debemos encarar el reto de replantear y revisar los valores de la profesión; la
adaptación de sus competencias y habilidades al uso de las tecnologías, y la
indispensable búsqueda de su contribución en la construcción de otros formatos
innovadores de comunicación. Como bien señaló Gabriel García Márquez: “En la carrera
en que andan los periodistas debe haber un minuto de silencio para reflexionar sobre la
enorme responsabilidad que tienen” (Abello, 2014, párrafo 1).
Conclusiones
La era de la digitalización representa un cambio de paradigma para la humanidad.
La utilización de las nuevas tecnologías digitales implica encarar diferentes maneras de
manejo de información, la creación de nuevos lenguajes y la forma de interacción con
los nuevos comportamientos y demandas de las audiencias consumidoras-productorasdistribuidoras. Considero relevante que los generadores de contenidos abramos espacios
para las discusiones teóricas y conceptuales para que estas ideas sirvan como base para
las acciones emprendidas en el terreno de la comunicación y en el desarrollo de nuevos
productos y lenguajes. Desde mi perspectiva, las siguientes afirmaciones pueden servir
como punto de partida para tal objetivo:
La Internet y WWW son productos tecnológicos y culturales, por lo que el
protagonista principal sigue siendo el ser humano. La actividad que se realice
dentro de este espacio debe considerar los valores y principios éticos que rigen a
una sociedad productiva y de bienestar de sus integrantes.
• Las nuevas tecnologías conforman nuevas audiencias con intereses y formas de
comportamiento diferentes. El papel del periodista sigue siendo cubrir las
necesidades informativas de éstas, pero atendiendo a la realidad que le exige
adaptarse a las dinámicas interactivas en el consumo, producción y distribución
de la información.
• El periodista, junto con sus espacios tradicionales de ejercicio profesional, enfrenta
el reto de “adaptarse o desaparecer”. Este proceso implica partir en busca de
nuevos lenguajes y el dominio de nuevas herramientas tecnológicas. La
actualización del trabajo puede ocurrir tanto en espacios académicos como en el
día a día del ejercicio profesional. Existen muchas opciones en línea, desde
maestrías a distancia hasta cursos gratuitos o de paga. Lo indispensable es
acercarse con entusiasmo y disciplina a lo que está sucediendo para poderlo
poner en práctica en el trabajo informativo.
•
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•
•
La Internet y la WWW son una herramienta social que ha creado una nueva y
diferente forma de interactuar entre los seres humanos y la sociedad. En el
centro de esta actividad se debe poner el tema de su eventual regulación, la
defensa de la libertad de expresión, el derecho a la información y a la privacidad,
así como el combate al crimen informático y al terrorismo digital. En este sentido,
los periodistas debemos permanecer informados y participativos y formar parte
de las instancias responsables de la toma de decisiones, así como velar en todo
momento por el establecimiento de un marco sano, equitativo y productivo para
nuestra actividad informativa.
Ser periodista digital no implica abandonar los principios y las prácticas del
periodismo y ejercer el oficio a través del monitor de una computadora. El
periodista del siglo XXI atiende la realidad y vive de ella. Internet forma parte de
una realidad mucho mayor y más compleja, es una herramienta de consulta a la
que se le da sentido y con la que se genera información. Literalmente, hay que
tener los pies en la tierra y los ojos en el mundo real, no en el monitor.
El campo de trabajo del periodismo es el acontecer de la realidad, pero
claramente, la Internet ha creado una nueva realidad digital que es susceptible
de ser reportada y analizada a través de las herramientas periodísticas. Como
afirma el filósofo y escritor Umberto Eco, el periodismo debe ser ejercido también
sobre lo que sucede en el mundo digital, para evitar el periodismo malo o lo que
él denomina “la máquina de fango”.
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1
Iván Manuel Carrillo Pérez. Estudió la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la FCPyS de
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Maestría en Periodismo Digital en el
Sistema de Universidad Virtual, de la Universidad de Guadalajara. Ha ejercido el periodismo por 20
años. Dirigió la revista Quo y el sitio web Quo.mx de 2006 a 2015. Es titular del programa “Los
Observadores” de TV Azteca dedicado a la divulgación de la ciencia, y ha colaborado como
periodista y consultor en distintos medios de comunicación como CNN en español, Discovery
Channel, BBC LA y Radio Fórmula, entre otros. Ha impartido talleres y conferencias en diversas
universidades.
2
El papel del community manager es gestionar la imagen de una marca o un medio en Internet y
ser el portavoz de la misma en la comunicación con sus usuarios, utilizando una información
bidireccional y administrando a las comunidades. El programador-diseñador es una figura con
conocimientos en ambas disciplinas, con la intención de optimizar recursos y de generar
contenidos de calidad en poco tiempo. Sus conocimientos en programación son más básicos que
los de diseño, pero conoce las herramientas digitales para crear gráficos atractivos y funcionales.
El editor web es la figura responsable del contenido y de la calidad de publicación de los mismos.
Además, coordina las dinámicas de equipo, los colaboradores, los presupuestos de contenidos y los
flujos informativos.