El poder de la palabra. Claves para la redacción de un discurso político

“Las palabras correctas en el momento indicado pueden cambiar el curso de los acontecimientos”. Desde la Antigua Grecia, el Imperio Romano o la Macedonia de Alejandro Magno, pasando por la Guerra Civil de Estados Unidos, la Revolución Francesa o las dos guerras mundiales, y hasta nuestros días, la palabra en forma de discurso político ha sido una de las herramientas con más poder para líderes que quedaron en la historia como excepcionales oradores. Las palabras han sido un arma de doble filo, según los intereses de quienes las hayan pronunciado, en muchas ocasiones más poderosas que cualquier rifle o cañón.

Si alguien recita el “I have a dream” o el “Yes we can”, a todos se nos vienen a la memoria las figuras de Martin Luther King y de Barack Obama. Grandes discursos pronunciados por Winston Churchill, Marco Tulio Cicerón, Adolf Hitler, Fidel Castro, John F. Kennedy o Eva Perón, entre muchísimos otros, tuvieron tal impacto que, observando el nombre de sus protagonistas, ayudaron a escribir la historia tal como la conocemos hoy en día.

Detrás del estampa del orador, se encuentra con una gran importancia y responsabilidad la figura del autor de las palabras. El protagonista es el encargado de transmitir el mensaje plasmado en los vocablos, pero el autor es el director que debe ver a través de los ojos del orador al redactar un discurso político eficiente, emotivo e impactante. El trabajo diario de algunos periodistas se centra en esto, tal como fue el caso de Theodore Sorensen, quien trabajó con JFK, o de Jon Favreau, quien hizo lo propio con Barack Obama.

El secreto para seguir los pasos de estos y otros autores no es otro que la práctica y el ingenio y, por ello, a continuación se presentan algunas claves para la redacción de un discurso político en todos sus niveles.

  • Planificación. El primer paso para el resultado óptimo es planificar el objetivo del discurso. ¿Qué se quiere transmitir? ¿Qué se quiere lograr con el discurso? ¿Quién o quiénes son los receptores? ¿Dónde se realizará? ¿De cuánto tiempo se dispone para transmitir el mensaje? Manejar los detalles generales de la situación a la que nos enfrentamos hará que aquellos más particulares marquen la diferencia entre el éxito y el fracaso del discurso y de su objetivo.
  • Sencillez. Lo bueno, si es breve, es dos veces bueno. Churchill decía que trabajaba mucho más en una intervención de 15 minutos que para una de dos horas, y es que se necesita de mucho trabajo para resumir en pocas palabras un gran mensaje, pero será primordial para que el siguiente punto se cumpla.
  • Conexión. Aquí no solo entra en juego el trabajo del autor intelectual del discurso, sino también el esfuerzo, la dialéctica, la estrategia y la capacidad de oración del protagonista. Conectar a nivel emocional con el público es, probablemente, la tarea más importante de una intervención, y es que de nada servirá que el discurso esté redactado impecablemente si las personas no se sienten identificadas con el mensaje.
  • Cercanía. Para conseguir el punto anterior, es fundamental utilizar elementos que acerquen al orador a su público. Como autores, debemos conocer a quién se enfrenta el protagonista y salir de los clichés de los discursos para introducir elementos históricos, culturales, sociales o económicos propios de las personas que asisten al acto donde se pronuncian esas palabras. El público tiene que sentir que quien transmite el mensaje sabe de qué habla, incluso comparte las preocupaciones, problemas, alegrías y triunfos de los presentes.
  • Dicción, entonación y lenguaje corporal. Estas claves son también responsabilidad del orador, aunque como autores podemos ayudar también para facilitar que estas se cumplan. En el propio texto, los redactores en ocasiones introducen elementos para recordar al protagonista pausas que deben hacer, el tono que debe usar, gestos que debería realizar para reforzar lo que acaba de decir. De la misma forma, el discurso se puede y se debe ensayar previamente al acto oficial en el que se pronunciará.
  • Naturalidad. Puede que este punto sea obvio, pero no siempre ocurre así. El orador debe saber que su público, en situaciones generales, sabe cómo es y sabe identificar cuando no está siendo él o ella misma. Como redactores, es nuestro papel “ver a través de los ojos del protagonista”, tal como mencionamos anteriormente, y conocerlo para adaptar la pieza a su forma de ser. Si el orador es una persona vivaz, divertida, bromista, cabe en su discurso un tono similar si la ocasión lo permite. Si este o esta es una persona reivindicativa, podemos aprovechar el acto para transmitir un mensaje en esa línea. Si la persona para quien escribimos es amante de la historia y la cultura, se pueden incluir elementos de este tipo para reforzar su mensaje. Y así con un sinfín de perfiles. El objetivo es que nuestros discursos no sean una ‘plantilla’, sino una extensión de la propia persona del orador.

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