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La caza y la pesca en las marismas, representada en esta pintura egipcia (hacia 1400 a.C.) está plagada de juegos de palabras y alusiones ocultas a la sexualidad.

Foto: DAGLI ORTI / CORBIS
Shu, dios del aire, separa a Nut, diosa del cielo (que cada día paría a Re, el sol, en el amanecer), de Geb, dios de la tierra. Papiro decorado hacia 984 a.C.

Shu, dios del aire, separa a Nut, diosa del cielo (que cada día paría a Re, el sol, en el amanecer), de Geb, dios de la tierra. Papiro decorado hacia 984 a.C.

Foto: WERNER FORMAN / AKG

Curiosidades de la Historia: Episodio 29

La sexualidad en el antiguo Egipto

Muchas referencias a la sexualidad aparecen de forma velada en las pinturas de las tumbas. Por ejemplo, la caza y la pesca en las marismas, representada en esta pintura egipcia (hacia 1400-a.C.) está plagada de juegos de palabras y alusiones ocultas a la sexualidad. Repasamos algunas de las más famosas y te contamos cómo era el sexo en el Antiguo Egipto.

Shu, dios del aire, separa a Nut, diosa del cielo (que cada día paría a Re, el sol, en el amanecer), de Geb, dios de la tierra. Papiro decorado hacia 984 a.C.

Shu, dios del aire, separa a Nut, diosa del cielo (que cada día paría a Re, el sol, en el amanecer), de Geb, dios de la tierra. Papiro decorado hacia 984 a.C.

Foto: WERNER FORMAN / AKG

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Acostumbrados como estamos al modo directo y franco con el que griegos y romanos se acercaban a la sexualidad, ya fuese en la literatura o en el arte, los egipcios nos pueden parecer más bien pacatos en estas cuestiones. Es cierto que sus representaciones gráficas y sus descripciones literarias son muy comedidas en cuanto al aspecto puramente físico del sexo; pero no lo es menos que la sexualidad, sobre todo como elemento generador de vida, está presente en muchas manifestaciones de la cultura egipcia.

Las tumbas, pese a lo que pueda parecer, están repletas de guiños sobre esta cuestión para el visitante que sabe dónde mirar. Una de las escenas más habituales de la decoración de los hipogeos y mastabas egipcios consiste en dos imágenes del dueño de la tumba sobre una diminuta barca de papiro. En una de ellas aparece arponeando unos peces, mientras en la otra lanza bastones arrojadizos contra una bandada de patos que alza el vuelo. Los juegos de palabras a los que tan dados eran los egipcios nos permiten leer el significado oculto de estas acciones, en apariencia anodinas.

Fijémonos primero en los dos peces arponeados: se trata de la tilapia y la perca nilótica. Nada tendrían de especial si no fuera porque sus hábitats son muy diferentes: se trata de representaciones simbólicas del Alto y el Bajo Egipto, que el difunto desea llevar consigo al otro mundo. Pero aún hay más. La tilapia tiene una peculiar costumbre: al sentir peligro, levanta la cola y se pone a andar hacia atrás mientras sus alevines se van introduciendo en su boca. Alejada la amenaza, los alevines salen de la boca de su madre para continuar su desarrollo.

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Los egipcios equiparaban este comportamiento con el de la diosa Nut, que cada atardecer se tragaba al dios Re para parirlo revitalizado al amanecer siguiente. Así, en las tumbas egipcias la tilapia es un símbolo de la nueva vida que alcanzará el difunto al renacer en el otro mundo. El aspecto sexual de la escena queda subrayado por el hecho que el verbo «arponear» posee exactamente la misma estructura consonántica que el verbo «fecundar».

El secreto reside en el juego de palabras. Igual sucede con la otra escena, que en apariencia no es sino una representación de caza en las marismas. Su significado cambia cuando sabemos que el verbo «arrojar» mantiene con el verbo «engendrar» igual paralelismo que en el caso anterior, y que los patos son un símbolo erótico en el imaginario egipcio.

Simbolismo de ultratumba

En la decoración de muchas tumbas podemos ver cómo, durante la celebración del banquete funerario, las sirvientas rellenan las copas de los invitados o la esposa del difunto hace lo propio con la de su marido. El mensaje subliminal se encuentra, no en la belleza de las mujeres representadas, que también, sino en el verbo «verter», de estructura idéntica a «eyacular». Como vemos, las imágenes de las tumbas egipcias poseen dos niveles de lectura. El primero es puramente nominal: las escenas significan lo que vemos; el segundo es subliminal y tiene que ver con el sexo, con la capacidad de engendrar nueva vida en el Más Allá.

El faraón Tutankhamón vierte un líquido en la mano de Ankhesenamón, su esposa, en una sutil alusión al acto sexual. Detalle del trono dorado de este rey. Hacia 1340 a.C. Museo Egipcio, El Cairo.

El faraón Tutankhamón vierte un líquido en la mano de Ankhesenamón, su esposa, en una sutil alusión al acto sexual. Detalle del trono dorado de este rey. Hacia 1340 a.C. Museo Egipcio, El Cairo.

Foto: WERNER FORMAN / CORBIS

Nadie lo diría al penetrar en ellas, pero todo en las escenas de las tumbas egipcias se relaciona con el sexo. Incluso las más inofensivas de las mascotas, como los monos verdes o los gatos. A primera vista, sentados bajo el asiento de su ama, parecen destinados a acompañarla en el Más Allá. Sin embargo, también están relacionados con el sexo: el mono es un elemento erótico, mientras que la presencia del gato indica la ausencia de menstruación en la mujer, es decir, indica que la mujer está en período fértil y por lo tanto lista para recibir a su esposo y engendrar nueva vida.

No obstante, si bien estos mensajes subliminales eran el modo de mostrar la sexualidad del arte oficial de la corte, no fueron el único medio utilizado por los egipcios para referirse a estas cuestiones. Contamos con los ostraca, lajas de piedra o fragmentos de cerámica que escribas y artesanos empleaban como soporte alternativo de escritura (el papiro era muy caro) y para hacer esbozos y apuntes. Gracias a estas piezas y a las pocas menciones que aparecen en los textos sabemos, por ejemplo, que habitualmente el hombre se colocaba sobre la mujer para el coito.

La caza y la pesca en las marismas, representada en esta pintura egipcia (hacia 1400 a.C.) está plagada de juegos de palabras y alusiones ocultas a la sexualidad.

La caza y la pesca en las marismas, representada en esta pintura egipcia (hacia 1400 a.C.) está plagada de juegos de palabras y alusiones ocultas a la sexualidad.

Foto: DAGLI ORTI / CORBIS

Muchos ostraca muestran a parejas practicando el sexo a tergo, es decir, con penetración posterior. En las imágenes es imposible saber si se trata de penetración anal, pero es muy probable que así fuera, pues con ello se evitaban embarazos indeseados. Como los poemas amorosos nos hablan de tiernos encuentros físicos entre los enamorados, sabemos que el sexo prematrimonial no estaba mal visto, mas era conveniente guardar las formas.

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Siendo la capacidad para engendrar tan importante para los egipcios, no resulta extraño saber que los hombres en «baja forma» disponían y recurrían a todo tipo de «ayudas» capaces de hacerles remontar el «ánimo». Ello no les suponía ningún desdoro, pues hasta los dioses se mostraban alicaídos en ocasiones.

En el enfrentamiento de Horus y Seth, Isis embadurna el pene de su hijo con ungüento dulce para conseguir una erección. Los mortales debían conformarse con tomar algunos bebedizos especiales (cuyas recetas conservamos) y presentar falos votivos a la diosa del amor y la belleza, Hathor, ex votos cuyo propósito era potenciar tanto la virilidad de los hombres como la fertilidad de las mujeres.

Nuestra principal fuente para intentar conocer el modo en que los egipcios se enfrentaban a la sexualidad son los poemas amorosos conservados. Gracias a ellos tenemos una idea más precisa –si bien pasada por un tamiz literario– de los gustos sexuales de los egipcios. Nadie se asuste, pero a los súbditos del faraón les agradó el mismo tipo de juegos sexuales que se practican hoy día.

Algunos poemas hablan de deseos de sumisión, otros de actitudes masoquistas. Más allá, la historia de Isis y Osiris describe un acoplamiento zoofílico, y el sumario de un juicio narra como un grupo de mujeres intentó comprar a los jueces que las iban a juzgar organizando para ellos varias orgías. Y es que, según los textos, muchas veces era la mujer quien tomaba la iniciativa.

En Egipto, ni siquiera la masturbación estaba mal vista. ¿Cómo podía estarlo si el propio dios Atum creó el mundo con su mano, haciendo nacer de su esperma a la primera pareja de dioses Shu y Tefnut? Los discretos egipcios, en fin, tuvieron una vida sexual tan completa como la del mundo grecorromano.