En el texto que Mercedes Halfon escribió en Página/12, enlazando el estreno de La lección de anatomía con la nueva puesta de Edipo Rey en el Teatro Cervantes, hay una interesante referencia a la estatura mítica que adquieren ciertos textos, haciendo hincapié en lo teatral. El mito trasciende su tiempo, volviéndolo atemporal, y también su presencia física: no es necesario ver el mito representado en un espacio escénico para que sea recobrado en un todo o en sus partes. El mito teatral tiene la atractiva dualidad de lo muerto (algo que fue escrito en un tiempo que ya no puede volver a ser) y lo vivo (su atemporalidad le permite reconfigurarse una y otra vez). Si las palabras escritas en siglos pasados resuenan poderosas en el presente (eso que transforma a una obra en “clásica”), el movimiento que ensaya Carlos Mathus implica medir la estatura de su obra. Lo hace explícito en un momento determinado, al comienzo, cuando se pregunta cuánto de la rebeldía original sigue vigente. En ese punto, la reposición de la obra excede el resultado artístico que pueda percibir el espectador. Lo que importa es si resiste el desafío que le impone el director para que reencarne en lo que fue.

De allí que no sea ociosa la decisión de reponer la pieza como fue concebida originalmente en 1972. No es un ejercicio nostálgico sino la asunción del riesgo, en tanto la medida de la obra la dará el cruce con el tiempo transcurrido: vigente o anacrónica, la obra se asume a sí misma como un salto al vacío sin alternativa. Desde otra perspectiva, recuperar esa puesta original funciona como una exhumación. La data que funciona como punto de partida es la del cuerpo muerto que se quiere recuperar. La obra como un cadáver que las manos del director permiten traer a la vida, como si el tiempo se hubiera detenido y el cuerpo hubiera permanecido no muerto sino congelado. En una obra como ésta, articulada sobre lo corporal (hay que recordar que el impacto original provenía de los cuerpos desnudos, algo inhabitual en el teatro de esa época), el contraste con lo cadavérico propone una tensión. Pero no hay que olvidar que la base del texto es el cuadro de Rembrandt del mismo nombre en el que justamente un cadáver ocupa el centro del cuadro y la mirada. La intervención sobre el texto que implica el casting y los ensayos es la disección del cadáver para ver qué hay allí de real, oculto tras la apariencia de los restos. Y en ese mismo movimiento, se reconstruye el cuerpo del texto como tal.

Pero hay un punto en el cual aquella pregunta original que motiva la reposición de la obra, deja de importar y su valor se vuelve superfluo. El mito, en algún lugar, renueva su vigencia antes desde su presencia que desde las formas más o menos mutantes de la representación. En todo caso, la obra se sostiene a sí misma entre la atemporalidad de su planteo de fondo (las relaciones familiares y laborales en la modernidad), aunque sus formas originales pudieran caducar, y la perpetuación mítica de su representación como signo teatral.

Es en esa instancia que el documental toma un giro a partir de lo inesperado. Si hasta allí, el recorrido superpone la obra ensayada con el autor y director, la muerte de Carlos Mathus despoja a la película del equilibrio en que se sostenía. Obligada a reformularse, elige oponer a la concepción de exhumación de la obra, el proceso de desaparición del cuerpo de su creador. El cambio no es todo lo brusco que podría suponerse: Mathus desaparece de la pantalla antes de que se produzca su muerte, cuando su asistente y pareja relata la caída en la casa y su posterior internación. La ausencia del cuerpo reconvierte lo que se ve en pantalla en un espacio fantasmal. No se trata ya del cadáver recuperado de la obra, sino de un cuerpo que se ha esfumado y que revela su persistencia.

El centro se desplaza. Ya no es la obra ni el elenco ni los ensayos: pura realidad que solo la puesta en la escena puede situar al nivel del director desaparecido. El centro ahora es Mathus y esa oscilación entre el estar y el no estar. Lo que se quiere es recuperar –o quizás sea más preciso decir, mantener- la “presencia” de quien acaba de irse. Sin pretensiones biográficas. Más que comandar la reposición de la obra, Antonio sostiene la imagen de su pareja: vuelve sobre imágenes del pasado, de la obra, del casamiento de ambos y hasta celebra su cumpleaños delante de una foto. Se desplaza del duelo hacia el recuerdo como presente (y en ello, el acento puesto sobre las redes sociales es preciso: formas tecnológicas y actuales de mantener a un muerto con vida). El documental reafirma ese estado mientras la alusión fantasmática se sostiene hasta el final. Para la obra fílmica, Mathus es ese fantasma que, una vez concretado el regreso a las tablas de su obra, reaparece. Son algunas imágenes de su cuerpo caminando en una plaza, sin sonidos, sin gente a su alrededor. Y desde allí vuelve a surgir la voz: no la que viene de la ultratumba, sino la de ese fantasma que parece estar respondiendo a la convocatoria a no dejar la vida.

Calificación: 6.5/10

La lección de anatomía (Argentina, 2019). Dirección: Agustín Kazah, Pablo Arévalo. Guion: Paula Magnani. Fotografía: Martín Larrea. Montaje: Nubia Campos Vieira. Duración: 87 minutos.

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