Arturo Valverde

Discursos y discursos

El poder de los discursos políticos

Discursos y discursos
Arturo Valverde
12 de junio del 2019

 

Escribir discursos no es poca cosa, mucho más cuando la persona que requiere esta clase de ayuda —ya sea por falta de tiempo o carencia intelectual— es un personaje de alguna importancia para su país o el mundo. Tengo más de diez años ejerciendo el periodismo, y muchos más años como lector, así que en algún momento alguien debe haber leído alguna de mis disertaciones.

Cuando pienso en quienes se dedican a esta clase de tareas viene a mi mente un libro: Entre dos mundos, publicado en 1986, del aclamado escritor estadounidense Herman Wouk. La obra narra la historia de Israel David Goodkind, quien termina trabajando en la Casa Blanca, con el expresidente Nixon, según se infiere de esa publicación .

Dice el personaje: “Dos cosas ocurrieron recientemente en la Casa Blanca, a consecuencia de las cuales apareció en la asesoría presidencial el agujero que yo vine a llenar. El primero fue la dimisión de un escritor de discursos que se especializaba en ocurrencias; y el segundo, la presentación por Israel de un nuevo embajador (…). Los chistes son algo que todos los políticos necesitan apremiantemente. Son poquísimos los que saben contarlos, y el presidente no figura entre esos, lo cual no impide que siga perseverando. Yo le he suministrado unos cuantos desde que trabajo aquí; pero según él los cuenta, caen directamente al suelo, plaf, como una bayeta mojada”.

Hay hombres que necesitan leer discursos, pero que al leerlos corren el riesgo de quedar ridiculizados. Un ejemplo es César Acuña en la CADE 2015. Parecía que el excandidato a la presidencia de la República ni siquiera había leído antes su propio discurso.

Hay otros que a pesar de que necesitan leer un discurso, caen en la autosuficiencia de creerse los más capaces. Y sueltan bravatas tan terribles como en el caso de Ollanta Humala, quien en alguna ocasión, fruto de su verborrea marcial, espetó, algo así, en Quehue (Cusco): “Si usted quiere aprender a leer y manejar, métase al ejército”.

Los que más han despertado mi admiración son aquellos que no necesitan leer para hablarle al público. Esos hacen gala de su buena memoria para citar pasajes bíblicos, históricos, mezclarlos por allí con algún poema. Quienes piensen que es cuestión de hablar como un poseído, están muy equivocados. El orador debe ser un lector voraz porque, seamos sinceros, ¿de qué puede hablar un hombre si no tiene nada en la cabeza? ¡De nada!

Alan García era un tremendo lector. Recuerdo que, a su regreso al Perú, en sus primeras apariciones en el Partido Aprista Peruano, los jóvenes que lo oían iban imitando el movimiento de sus manos, la manera en que se paraba frente a los demás, y trataban de copiarlo.

Víctor Raúl Haya de la Torre era otro de esos grandes oradores sin papeles ni asesores que le escriban discursos, y que podrían hacerlo incurrir en algún error. Hay libros en los cuales se pueden leer sus discursos, y deberían ser revisados por los políticos.

El político tiene la obligación de leer y, sobretodo, conocer la historia de su país. Es una pena que desaparecido Haya de la Torre y muerto Alan García, el discurso como tal haya decaído tanto, haya sido menospreciado como un medio para comunicarse con la población. Ha sido reemplazado por un tuit.

La gente está allí, ansiosa de que alguien encienda su espíritu. El discurso tiene el poder de acariciarlos o sacudirlos por medio de la palabra. No estaría de más que alguien por ahí le eche una hojeadita a uno de los tantos libros que escribió Alan García: Pida la palabra.

 

Arturo Valverde
12 de junio del 2019

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